FONDO DE CATÁLOGO
«La Costa Brava fue el glorioso fruto de una camaradería irrepetible»
Tras sumergirse en la historia de La Costa Brava en un amplio reportaje publicado en el Cuadernos Efe Eme número 26, Carlos Pérez de Ziriza recupera Llamadas perdidas, probablemente el mejor trabajo de esta brillante aunque fugaz banda.
La Costa Brava
Llamadas perdidas
MUSHROOM PILLOW, 2004
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
La alianza entre Fran Fernández y Sergio Algora provocó una curiosa disyuntiva, porque todo lo que plasmaban juntos conducía a pensar en el trecho que habían recorrido desde aquellos años noventa en los que fueron la cara visible del primer indie patrio. Australian Blonde, que habían irrumpido primero, se expresaban en inglés y lucían referentes meridianamente anglosajones. El Niño Gusano, por el contrario, lo hacían en castellano y, además de brindar una trazabilidad mucho más difusa (no se parecían prácticamente a nadie), ampliaban el foco temporalmente a sonidos —como los de los sesenta hispanos— a los que no era común orientar el retrovisor. La Costa Brava sirvió no solo para hermanarlos en un discurso común que, a priori, tenía mucho más de Algora que de Fernández, sino también para preguntarse si, por el camino, el espectacular crecimiento de Fran como compositor de canciones había acabado por superar el rasero de genialidad que siempre se le asignó (con razón) a Sergio.
En esencia, poco importa, porque ambos formaron un tándem en el que la amistad, la química, el hedonismo, el componer por componer y tocar por tocar sin tener en cuenta ninguna clase de competitividad —ni entre ambos ni con los demás— lo eran todo. La Costa Brava fue el glorioso fruto de una camaradería irrepetible. Y el reparto de méritos, aunque resulta a veces inevitable que merodee por nuestra mollera, se antoja secundario cuando fue precisamente la combinación de ambos talentos (como ha ocurrido con tantos grupos bicéfalos a lo largo de la historia) la que les hacía tan especiales.
El disco definitivo
Llamadas perdidas fue su cuarto álbum (en solo dos años) y puede decirse que fue también el mejor. Su disco definitivo, sin duda. Aquel en el que no sobra ni falta nada. El que debería servir de puerta de entrada a su discografía para cualquier neófito. Su particular cuadratura del círculo. O cómo una alianza nacida de la casualidad e inicialmente alimentada por descartes de proyectos teóricamente muy distantes, acaba por rozar la perfección. Hasta la portada es emblemática, de esas que plasman su contenido con precisión. De las diez canciones más escuchadas del grupo en plataformas de streaming como spotify, seis son de este disco. No es casualidad.
Curiosamente, es también el primero en el que otro miembro del grupo cobra relevancia firmando material (al margen de las versiones que habían engrosado anteriores entregas), y lo hace a un nivel que secunda la excelencia de Fran y Sergio: el batería Enrique Moreno se marca un delicioso instrumental con tintes de soul fragante (“Hotel dulce nombre”), a modo de interludio, y una “Canción para Beyoncé Knowles” en la que coquetea con el vodevil a lo Kinks, acompañándose por unas trompetas que le dan hechura de opereta pop. El estado de gracia de La Costa Brava ni siquiera se resentía porque el duopolio entre Algora y Fernández se quebrase. Al contrario. Y el cambio de sello, debutando en Mushroom Pillow, también les procuró una mayor visibilidad.
Nota distintiva son las secciones de viento, las trompetas, los aires de soul de algunas de sus canciones. También los brotes de psicodelia. E incluso algunas delicadas baladas acústicas. Por algo es su trabajo más completo y mejor armado. Fran Fernández se luce con el pop diáfano de “Falsos mitos sobre la piel y el cabello”, “Adoro a las pijas de mi ciudad” o “Toni”, y las baladas “Treinta y tres” (la edad que tenía entonces) y “El cumpleaños de Ronaldo”, inspirada en la estampa de la modelo Vania Millán huyendo, cazada al vuelo por las cámaras de los paparazzi, del fiestón de aniversario del jugador de fútbol brasileño en su casoplón de Madrid. Es lógico que su autor aún sostenga que Llamadas perdidas alberga algunas de las mejores canciones que ha escrito nunca: hay una enorme ternura en todas ellas, cierto filtro autobiográfico y un rotundo sentido del humor.
Sergio, por su parte, factura algunas de las mejores piezas de psicodelia pop desde los tiempos de El Niño Gusano, como “Vuelvo a ser yo”, “Los jóvenes realizadores” o “Boyscoutninja”, mientras en “Mi última mujer”, “Confianza ciega” o la rescatada “Dos ostras” (que ya aparecía en el anterior álbum con menos instrumentación), se muestra más directo.
Se trata, al fin y al cabo, de uno de los grandes discos españoles de la primera década de los 2000. Sin duda. Y ha envejecido tan bien, con el aliento de los clásicos sin fecha de consumo preferente, que sigue siendo digno de rescate. Cualquier día, a cualquier hora.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Lady Elizabeth, de Karina.