Lichis: «Él es más espontáneo y yo más alemán»
Tras varias vidas musicales, grupales y solistas, Rubén Pozo y Lichis han decidido recorrer juntos parte de sus respectivas carreras, firmando un primer disco, una gira que ahora mismo está en marcha (pasan por Bilbao -28 de noviembre-, Zaragoza -29- y Cerdanyola -30-) y un futuro trabajo también en común. Se lo cuentan a África Egido.
Texto: ÁFRICA EGIDO.
A veces, la música no es un ejercicio de vanidad, ni de sacar pecho y enfundarse un disfraz que nos impida ver todo lo demás. A menudo la música son solo canciones. Nada menos que canciones.
Por esos senderos viajan hoy dos veteranos de la música que han lidiado ya tantas batallas como escenarios han pisado sus suelas. El pasado de Rubén Pozo fueron Buenas Noches Rose y Pereza. El de Lichis, La Cabra Mecánica y Troublemakers Blues Review, entre otros. Pero su presente son dos consistentes carreras en solitario con trabajos tan seductores como Modo avión (2014) y Mariposas & torneos de verano (2018), en el caso de Lichis, y Lo que más (2012), En marcha (2015) y Habrá que vivir (2017), firmados por Rubén.
Hoy les une Mesa para dos, un proyecto que ha registrado su excelente estado de forma en un epé homónimo. Seis canciones cautivadoras, seis torrentes de realidad insuflados de frescura y, sobre todo, de amor por su oficio.
Un martes cualquiera, a la hora del café, compartimos mesa para tres con Lichis y Rubén. Cuando empezó a anochecer, se nos unieron al festín Woody Allen, Hollin’ Wolf, Hank Williams, Adam Green, Sting o el mismísimo Rocky Balboa. Donde caben tres…
En este punto de vuestras carreras, el éxito es más un camino que una meta, así que… ¿cómo estáis viviendo este éxito?
Lichis: Con mucha sorpresa. Como los dos somos Woody Allen, estábamos con dudas. «¿Tú crees que esto está? ¿No lo ves bien? Bueno, si no estuviese bien, me lo dirías, ¿no?». Y la verdad es que lo estamos viviendo muy bien, la cosa está cayendo bien.
Rubén: Teníamos una frase recurrente: estamos haciendo esto para nosotros y nuestros nietos. Nos da un poco igual el resultado, vamos a hacerlo lo mejor que sabemos sin pensar en nada más, sin expectativas desorbitadas. Está sonriéndonos el sol, y estamos contentos.
Lichis, has contado que el año pasado pasabas un mal momento durante un concierto en Huesca, y allí se te ocurrió esta aventura al escuchar las canciones de Rubén. ¿Qué era lo que te hacía no estar bien en solitario?
Lichis: No es que fuera un mal momento. Es que… [piensa]. Mira, desde que estoy con Rubén me he reconciliado con el formato acústico, un formato que detestaba. Ahora lo disfruto. También he intentado buscarme las vueltas y llevo un set de percusión, y hago batería con los pies, porque necesito el ritmo. Supongo que en aquel momento tenía este rollo de decir: hostia, tengo que tirar en formato acústico y volver a girar solo…
Entonces, el problema no era solo formato acústico, también la soledad…
Lichis: Es más la soledad. Es la primera vez que compongo con alguien y mola un montón. Porque puedo tener seis temas en un año, los seis buenos, y no tengo que sacar oro a contracorriente y buscar una veta a tres mil metros de profundidad. Supongo que también era eso: las ganas de remar con alguien y de aprender.
¿Qué habéis aprendido el uno del otro en este proyecto?
Lichis: Yo de Rubén aprendo mucho. Eso me exige ponerme las pilas. Es un guitarrista experimentado y muy bueno con las canciones o con el rock. Es una manera de encontrar alguien de quien aprender y que me estimula a seguir aprendiendo.
Rubén, ¿qué te aporta Lichis? Tú pareces un tipo ordenado al componer y…
Rubén: El ordenado es él. Es un tío que tiene la letra terminada, la melodía, los acordes, tiene claro cómo va a ser todo. Yo llego con tres acordes, una letra que me gusta mucho y Lichis me lo arregla. Me lo afina [ríe]. Y me dejo llevar.
¿En algún momento se esfuman tus dudas?
Rubén: Cuando ya lo escucho, que está mezclado y todo, digo: «¡Hostia, si ha salido!». Pero hasta entonces soy un manojo de nervios. A él le veo más entero, llega con las cosas muy claras, con las partes hechas. Me da envidia. ¡Yo quiero ser de ese equipo! [ríe].
Lichis: Él es más espontáneo y yo más alemán. Ha habido canciones en las que me he pasado dos meses buscando un acorde de paso porque no me gustaba. ¡Un puto acorde de paso! Luego, quizá porque llevo muchos años trabajando como productor, ya tengo el chip de buscar soluciones y enfocar las cosas, de quitar dudas. Rubén es más espontáneo.
¿No se te ha hecho más agradable ese pequeño infierno de la composición con Rubén?
Lichis: Sigue siendo un poco un infierno, pero compartir esta responsabilidad con él es más llevadero. Esa presión de acabar cosas y llegar a algún lado es menor.
Crear algo artístico implica cierta desnudez ante el otro. ¿Cómo fue la primera vez que os visteis desnudos con una canción entre manos?
Rubén: Lo primero fue Lichis trayendo «Mesa para dos». Esto es una idea de Lichis, él me llamó, puso el primer tema… Y lo digo para expresar lo encantado que estoy. Yo también necesito que tiren un poco, y él ha tirado, me ha tocado las teclas que me ponen en marcha.
¿Entrasteis limpios de canciones al proyecto o habéis incorporado material compuesto para vuestros discos en solitario?
Lichis: Yo entré totalmente limpio. No tenía nada de nada.
Rubén: Yo tenía «Trompas de Eustaquio» sin terminar. Decía que mi próximo disco se iba a llamar Trompas de Eustaquio.
Decía Henry Miller que el disfrute de una idea hermosa no es nada comparable con el disfrute de darle una expresión permanente. ¿Por eso habéis lanzado solo seis temas sin esperar a que nacieran más, o es una respuesta a la poca paciencia del oyente?
Lichis: En mi caso son las dos cosas. A los dos nos gusta hacer canciones, a mí además me gusta tocarlas en directo en cuanto las tengo hechas.
De hecho, en este proyecto habéis ido adelantando temas en vuestros conciertos…
Lichis: Hemos avanzado muchas canciones antes de grabarlas. Para mí, la inmediatez del trabajo es importante, porque lo disfruto mucho más. No hay momento comparable con el día que, después de cincuenta bocetos y cuadernos llenos de chorradas, la acabas [la canción], coges la guitarra, pillas el pedal, haces tal, tal, tal y… ¡es esto! Te miras y, por un momento, te sientes el rey del mundo, y dejas de sentirte un desgraciado, torpe y un farsante. Ese momento necesitas compartirlo inmediatamente. Si tienes que esperar otro año a que surja eso…
Desde que arrancasteis, parece que habéis llevado esa máxima de ir al día hasta en los directos. ¡Casi cerrabais conciertos sobre la marcha!
Rubén: Así tal cual. Era el momento. Nos encanta tocar. Si estoy un mes sin salir de casa para tocar se me cae el mundo encima. Me viene bien irme los fines de semana y tener un par de bolos o tres. Me coloca en mi sitio, si no, me estoy comiendo las uñas.
Rubén, cuando publicaste tu segundo álbum me decías que habías perdido el miedo a que no salieran canciones, que te salían «igual que te sale el pelo». ¿Sigue la racha?
Rubén: Estoy un poco asustadillo [ríe]. La canción sale porque tienes algo que decir y cuando estás contento… [Se queda pensativo]. Ahora estoy contento con esto y ¡joder!, no quiero que pase algo malo, pero… Hay momentos que, si la cosa se pone muy negra en lo privado, salgo del atolladero haciendo una canción. Pero cuando estoy bien no me acuerdo de eso.
Pero siguen brotando canciones…
Rubén: Hay canciones que salen en media hora porque si no te mueres, y hay otras que vas trabajando semanas, meses, vas diciendo: creo que habla de esto… Vas creando tu Frankestein poco a poco y…
… y luego llegamos los periodistas y te decimos: ¿pero no habla de esto otro?
Rubén: [Risas] Eso nos da un poco igual. Hay canciones que está claro de lo que hablan, pero es bonito cuando cada uno tiene su idea de lo que cuenta. No creo que ningún compositor tenga que mosquearse por eso. Si se mosquea porque alguien no ha entendido la canción como él cree, probablemente el fallo sea suyo, que no ha sabido expresarse bien.
Este diálogo interno que tienes sobre lo que encierran los temas, ¿lo tenéis también entre vosotros? ¿Charláis sobre el relato?
Lichis: A mí me gustan las diferentes lecturas que tiene una canción, vas descubriendo significados que no veías tan claros en un principio. Yo miro mucho al público cuando toco porque, cuando cantas una cosa de una determinada manera en un determinado sitio, gana un significado que no tenía. Cuando le doy las canciones a Rubén o le tiro una estrofa para que la acabe, lo que me gusta es tener la otra visión.
Por tanto, por encima de todo, está la emoción.
Rubén: Buscamos la emoción del oyente, incluso aunque el oyente esté equivocado [risas]. Pero si a él le ha funcionado de esa manera, si tú le has dado una flauta, y la toca por el otro lado, pero suena, está todo bien.
Rubén: «Él me ha tirado, me ha tocado las teclas que me ponen en marcha»
Este disco suena a oda a la música, a aceptación del tropiezo y, sobre todo, a un dibujo de lo que ocurre un lunes cualquiera en la tierra. ¿Pasar de pantalla en la vida os ha hecho pasar de pantalla en la música?
Lichis: Este disco es nuestra manera de explicar el momento social en el que vivimos y en el que somos uno más. Hablamos del despertar de una sociedad en la que el crecimiento y el llamado éxito eran una autopista sin fin que no iba a acabar nunca. Nosotros hablamos de esto, con lo que puede identificarse cualquier hijo de vecino, pero lo hacemos desde nuestra pasión, que es la música. Reivindicamos ese amor por el oficio, por encima del objetivo o de la meta. Ese disfrute del día a día.
¿Cómo es esa sociedad que ha despertado?
Lichis: Veo a muchos padres de 40 ó 50 palos que se han dado cuenta de que ha desaparecido aquella mentira de que iban a prosperar en sus trabajos, y han vuelto otra vez a lo básico, a las emociones, al amor por la familia, al disfrute del arte, de un paseo, de ver una buena película… no de comprarte un Audi y un chalet más grande.
Rubén: La sociedad se está dando cuenta de que comprar algo te alegra el primer día. Las mejores cosas de esta vida son gratis.
Lichis: Nosotros hablamos de esto apoyándonos en la música, y en las referencias musicales. Cuando ves sociedades tan convulsas, como en Argentina, que han vivido momentos históricos tan polarizados, te das cuenta del valor de la cultura, de ese bien intangible que les hace sentirse ricos, les hace ser algo y tener dignidad. Hay gente que compra entradas a plazos para ver un concierto, tiendas de música con instrumentos el triple de caros que aquí, calles llenas de tiendas de música. Cuando una sociedad entra en crisis, empiezas a verlo a través del arte, porque es lo primero en entrar en crisis. Cuando la crisis se aposenta, la única salida vuelve a ser la creatividad, el arte o ese bien intangible que es la cultura.
Rubén: Mira ese vídeo de Chile, todas esas personas cantando Víctor Jara y tocando la guitarra a la vez [se refiere al vídeo viral de cientos de personas cantando «El derecho a vivir en paz»]. ¿Qué tenemos? No tenemos dinero, derechos ni nada. Tenemos el mensaje de este tío que se comió el marronazo por ser quien era, cantar lo que cantaba… Era emocionante.
Habláis de Chile y Argentina, pero es difícil imaginar esos escenarios en España. ¿No parece que aquí la música se considera casi un arte menor?
Lichis: Estamos en un país que inventó los toros. Somos un país en que todos los intelectuales del principio del siglo XX abominaban del flamenco, les parecía una aberración. Ahora ningún intelectual de pro piensa que el flamenco es un arte menor. Sin embargo, cada vez que un partido político empieza una campaña y quiere lanzar una idea, hay una canción detrás, o le interesa tener un artista detrás. Se busca la música como medio de captación de fieles.
Se dice en la nota promocional de vuestro epé que tenéis un «aura de perdedores que sobreviven con elegancia». ¿La tenéis? ¿Os consideráis perdedores supervivientes?
Rubén: A mí no me gustó esa parte de la biografía, pero Carlos es amigo y me gusta que se haya expresado. Pensé que lo más looser del mundo era decirle que quitase ese párrafo [risas].
¿Te gusta la figura del looser, aunque no sea vuestro caso?
Rubén: Sí, siempre ha sido la que más me ha gustado. En arte, en la literatura… Me encanta el looser, me encanta Bukowski, me encanta que pierdan, me encanta lo de Woody Allen, es lo que más me llega.
Lichis: Pero fíjate que todo eso es muy de los ochenta, en realidad.
Rubén: Soy muy ochentero [ríe].
¿Ha pasado de moda la figura del perdedor?
Lichis: En los ochenta había una reacción frente al yupi y a esa eclosión del neoliberalismo más brutal, lo veías en películas como «La Jungla de Cristal».
Rubén: Y Rocky pierde en la uno.
Lichis: Exacto, y Rocky pierde. Pero ahora en las redes todo el mundo está mostrando su mejor cara constantemente, pero la realidad de la gente es bastante dura.
Vosotros no evitáis hablar de esa realidad. Al contrario, lo hacéis en las entrevistas y en el disco.
Lichis: Creo que, salvando las distancias, estamos incidiendo en lo que hacían Hank Williams o la gente del country o del blues, que era: «Vamos a hablar de nuestras penas o nuestro plan mientras meneamos el culo y las tetas, perdón por la expresión, mientras salimos, tocamos y lo gozamos. Vas a venir, te vas a sentir menos solo, el artista está muy cerca de ti, porque yo también vivo así, ¿sabes? Sé de lo que hablo y te lo voy a cantar, y vamos a beber, nos vamos a enamorar, vamos a pasar un buen día, vamos a llegar todos a casa así [encorva su cuerpo] y mañana volverás al curro y todo parecerá menos grave».
Aunque en vuestro sonido en solitario hay tantos puntos de conexión como diferencias, el epé suena coherente. ¿Cómo lográis ese equilibrio produciendo a cuatro manos?
Rubén: Yo me dejo llevar. Me dice Lichis: «Yo creo que aquí quedaría bien una trompa». A mí por dentro se me encienden todas las alarmas y las luces rojas: «¡Mec, mec, trompa, no, no!» [ríe].
¿Grabar una trompa en «Trompas de Eustaquio» fue decisión de Lichis?
Rubén: Sí, esa canción la ha producido él. Yo llegué con tres acordes y una letra que me gustaba y él lo ordenó. Yo me dejo llevar y estoy contento de haberme dejado llevar.
¿Lo grabasteis por hacer un guiño divertido al título de la canción?
Lichis: Sí, yo pensaba mucho en los discos de Adam Green, en este rollo así medio de humor muy elegante que él tiene y también muy looser, de este crooner estrafalario.
Ruben: Reivindicamos desde aquí a Adam Green, porque se habla poco de él.
¿Ibais trabajando cada tema de manera diferente?
Lichis: Ha habido de todo. Ha habido momentos en los que he estado más pendiente y otros en los que estaba Rubén en su momento Woody Allen de…: «¿Pero tú esto lo ves bien, Lichis?» [Rubén suelta una carcajada]. Y yo ya estaba metido en el cuartito de fumar del estudio, diciendo que sí, como «No quiero saber nada del tema, hazlo tú».
Rubén, en «Trompas de Eustaquio» me vienen a la cabeza Dylan, Bowie y Chuck Berry, pero no puedo explicar por qué. ¿Podrías hacerlo tú?
Rubén: Tampoco sabría explicar por qué. Sí, tiene sentido, pero lo voy a dejar ahí, porque es insuperable. Si te ha sugerido eso, no voy a cagarla añadiendo algo más. Sólo diré que hay un verso que quité y que la explicaba entera. Decía: «borrachos de música y amor». Lo quité para que cada uno entendiese lo que quisiera.
La primera frase del disco es contundente: «Damos por bueno todo lo cantado». Con un verso así, ¿supisteis que teníais el principio de un disco?
Rubén: Sí, Lichis trajo «Mesa para dos» y a mí me entró de primeras: es una carta de presentación y habla de nosotros, de lo que está pasando. Y por encima de eso, es que me gustaba. No tienes que pensar más. A mí cuando algo me gusta, digo: ¡Cómo me gusta esto! Y me levanto, y doy saltos.
¿Te fijas primero en tu reacción emocional?
Rubén: Claro. Si tengo que pensar en si me gusta o no, hay una parte que no está funcionando. En «Mesa para dos» fue automático. Realmente todo lo que trae Lichis me gusta…
¡Aún está a tiempo de estropearlo!
Lichis: Yo siempre [ríe].
Rubén: Sí, a ver si la caga en algún momento, que estoy desesperado ya… [ríe]. Todo lo que trae me está encantando. Lichis está en su mejor momento compositivo y está dando gloria sin parar.
Tú también lo estás, Rubén, por eso parece que os habéis encontrado en el mismo punto de vuestras carreras. ¿Lo sentís así?
Rubén: Yo quiero estar como Lichis [ríe].
Lichis: Sí, creo que estamos en el mismo punto. Lo que hemos encontrado con esto es precisamente que la suma de los dos nos está quitando mucho del peso que cuando uno lleva solo le hace caminar mucho más lento. Creo que eso se transmite. El disco transmite mucha frescura. Es algo que yo no lograba desde Vestidos de domingo. Hay momentos muy turbios, muy down, sin embargo la sensación que da es de alegría, de desenfado y de cierta frescura.
Rubén: Siempre se dice: «¡Cómo mola la maqueta!». Pues este epé es la maqueta. La primera grabación de las canciones es lo que está ahí.
Lichis: «Este disco es nuestra manera de explicar el momento social en el que vivimos»
Muchos artistas que funcionaron como banda, ahora alaban las bondades de una carrera en solitario. En esta época de poliamor musical, ¿por qué apostáis por la monogamia?
Lichis: Porque es un proyecto en el que no hay nada predeterminado. Es tan posible que volvamos a hacer otro disco juntos como que saquemos discos separados, o que ocurran las dos cosas. Es todo bastante libre. Estas canciones reflejan ese momento y nuestra forma de trabajar. Ahora mismo nadie puede hacer planes a corto o medio plazo. Y eso te permite cierta libertad, te permite mear fuera del tiesto, y eso libera un montón.
En «Loquillo», tratáis la vulnerabilidad del artista, y cantáis: «Ahora ya no es fuego, tal vez calor del bueno, sincero, sereno». Esa definición está lejos de la figura de la rockstar. ¿Hay algo de malo en que no todo sea ese brillo cegador?
Lichis: No, en absoluto. El origen de una rockstar es un tipo metido en una habitación con una guitarra, haciendo un viaje interior para tratar de sacar algo y llevarlo hacia afuera. El brillo viene después. El epicentro es algo íntimo.
¿Se puede ser artista y no ser vulnerable?
Lichis: No lo sé. Con «Loquillo» intento hablar de que todos entendemos que somos vulnerables y sensibles, pero solo mostramos esa sensibilidad a través de tazas con mensajitos y libros de poesía romántico tardo-adolescente y este tipo de cosas, pero no hablamos a tumba abierta de lo que tenemos dentro porque es un peligro, hoy en día está mal visto, es casi pornográfico y no gusta. Y es precisamente en esas cosas donde está la verdad de cada uno.
A propósito de los personajes, decía Aaron Copland que la gente no acude a los conciertos a escuchar música, sino a ver al artista, y eso tiene más que ver con el deporte que con el arte. ¿Nos fijamos más en el continente que en el contenido?
Lichis: Hay cierta tendencia iconoclasta en la música, la ha habido siempre. Todo este fenómeno del indie ha conectado con un sector de público que ve en los Vetusta Morla a su colega de la «facul», y le mola, se siente identificado. El poder de la imagen y del personaje hacen que la música se identifique de otra manera. La gente no solo busca el disfrute musical, también algo que le identifique y que le separe de otra cosa. Lo ves en el reguetón. Esta gente evidentemente no quiere parecerse a Pucho o a Izal.
Rubén: Y a los que siguen el reguetón, les encanta que los pollasviejas no lo entiendan. También eso es el rock and roll. Hay una frase muy buena que es que «el rock and roll es la música que no les gusta a tus padres». Al principio era Elvis, luego el trap, el reguetón… Ese es el rock and roll. Como decían los hippies, no confíes en nadie mayor de treinta.
Hablando de rock, Santiago Auserón dijo en el diario El Mundo hace unos días que estaba deseando que el rock se diese por muerto, porque está siendo desangrado. ¿Estamos viviendo de nuevo el fin de una época?
Lichis: ¿Cual era la frase más utilizada en los tiempos de la eclosión del rock, movimiento que se lleva dando por muerto desde 1954? El rock and roll es una actitud. Y C.Tangana es rock and roll. Y la calle es rock and roll. Y lo ha sido el hip hop con su mensaje. El rock es un chaval joven, muerto de miedo por el mundo que se le viene encima, tratando de dar miedo, de asustar, de provocar, de tener sexo, de llegar tarde a casa, de mover los cimientos de la sociedad bien-pensante, de escandalizar y de poder interiorizar ese miedo tan tremendo que le crea un mundo tan hostil. Y eso no va a cambiar, cambiará la forma… ¿Byron no era rock and roll, Mozart no era rock and roll?
Rubén: Nos da igual la salud del rock and roll. Utilizamos estos instrumentos porque son los que tenemos a mano, pero si hubiera otros lo haríamos con otros.
Lichis: Hollin’ Wolf era rock and roll. Era un tipo negro de dos metros que salía en los conciertos aullando detrás de las blancas mientras agitaba una botella de cerveza simulando una eyaculación. Eso en la época en que un negro acercándose a una blanca solo para hablar podía acabar con él colgado de un árbol.
Rubén: El de White Stripes [Jack White] dice que su disco preferido es uno de blues antiguo que no tiene ni guitarra, es un pibe cantando y dando palmas y golpes en el pecho. Él dice: «Para mí, esto es el rock and roll». Da igual el instrumento, es más el mensaje que se da.
Cantáis vuestro deseo de que «se toque la gente sin tecnologismos». Sois una generación que habéis vivido las charlas en los bares, mirarse a los ojos… ¿Cómo lleváis que las redes se hayan convertido en los nuevos bares?
Rubén: Las redes sociales no son el bar, porque en el bar te podían partir la cara llegado un punto. Aquí no hay límite de burradas, porque nadie te va a partir la cara.
¿Os mantenéis ajenos a esas barbaridades que se dicen tras la pantalla o reaccionáis?
Lichis: Yo soy de los que meten la hostia en las redes, sí. Defendiendo un tema que genera polémica como es el de la custodia compartida, me he encontrado cantidad de barbaridades. Hubo un momento en que me cansé. Y se acabó. Aunque al principio sí hubo un efecto llamada, cuanta más caña te daban y más respondías, más caña te venía, pero poco a poco todo iba decreciendo, decreciendo y se acabó.
Quizá no todo el mundo puede soportar esa agresividad de la red…
Lichis: Recuerdo cuando empezaron las redes, lo que me cayó al principio con La Cabra. Recuerdo a mi madre llorando porque habían visto por Internet cómo un grupo de personas habían dicho: este es un vendido, sabemos dónde está la casa de Lichis en Cercedilla, vamos a quedar entre tres y cuatro, le vamos a dar una paliza y le vamos a quemar la casa… He vivido cosas así. Evidentemente me duelen. Yo tengo hijos, tengo una familia. Una vez, en un juicio, me encontré como prueba en mi contra todos los comentarios de haters llamándome cocainómano, hijo de puta… cualquier tipo de barbaridad. Eso me ha dolido muchísimo, he llorado mucho y ha afectado a mi vida. Por eso dije: se acabó. Volvamos otra vez al bar, al barrio. Vamos a quedar para que des la cara, para que seas responsable de tus palabras, igual que yo lo soy de las mías. Porque es donde empieza el respeto, cuando realmente nos estamos jugando algo.
¿Sobredimensionamos la importancia de las redes?
Lichis: Ahora mismo parece que le damos una importancia a Twitter que no tiene. ¿Esto es la voz del pueblo? Los cojones, porque aquí nadie se hace responsable de lo que dice.
Rubén: «Queremos poder volver siempre a esto con alegría y con apetencia y que sea lo que es: un recreo de nuestras carreras»
Hablando de importancia, o más bien, de no tenerla, en «La canción maldita» os referís al vacío en que pueden caer muchas canciones.
Rubén: Sí, se podía haber llamado la canción looser, porque habla de miserias. Es lo peor que puede pasar con la canción, que sea intrascendente, que nadie se fije en ella, que pase sin pena ni gloria.
Hoy muchas canciones se pierden en esa intrascendencia, mientras escuchamos en la radio los mismos cuatro temas y un puñado de clásicos. ¿Por qué ocurre?
Lichis: Tiene una explicación sencilla: derecho editorial. Son grandes artistas que tenían ya un éxito contrastado y una bolsa de oyentes que, llegado un momento en su carrera, ceden a grandes empresas editoriales la explotación de ese repertorio. La radio ya no tiene que pagar a nadie porque, por acuerdos editoriales, recibe la pasta que antes estaba obligada a pagar. Por lo tanto, cualquier artista que vaya a sonar en una radio lo hace por un acuerdo editorial firmado. Estoy totalmente en contra de la rueda, soy un acérrimo enemigo de la rueda, pero lo que está en el otro lado no son precisamente Gandhi. No estoy ni con unos ni con otros.
¿Entonces no crees, como dicen algunos, que ahora la música se ha democratizado?
Lichis: No hay una democratización. Se nos han vendido un montón de pescadillas, pero es el puro y duro negocio editorial, en el que la gente está a dentelladas por la mínima peseta.
Volviendo al disco, en «Nudo Sur» os acercáis al extrarradio, como el lugar donde ocurre todo. ¿Lo es?
Lichis: Madrid ya no es Madrid, ahora es una franquicia, un sitio exclusivo y excluyente. Todo el casticismo ya no está en las grandes ciudades; está fuera, en la periferia, ahí está la realidad, incluso la pluralidad, la inmigración. Cosmopolita es la periferia. Te podría hablar incluso del trap como fenómeno, ¿de dónde surge? De la periferia. ¿De dónde surge el hip hop? De la periferia. ¿De dónde surgió el rock aquí como fenómeno? De las periferias. Será muy difícil que se vuelva a repetir un fenómeno como el rock malasañero. Ahora Malasaña es Dunkin’ Donuts o un Starbucks con barba y con camiseta de gilipolleces. ¿Dónde está la esencia? Yo la veo en el Cercanías. Ahí es donde veo a la gente de verdad. Aquí hace tiempo que no veo nada con lo que me identifique.
Cerráis el disco con «Batiscafo verde», un corte que nos sumerge musicalmente bajo el mar. Rubén, no es la primera vez que haces una canción sutilmente onomatopéyica.
Rubén: Me gusta que la música explique la letra o juegue con ella. Lo que acabas de decir me parece un piropo.
¿Por qué Lichis toca el bajo en esta canción? Últimamente parecía que lo había desterrado…
Rubén: Ya no quiere tocar el bajo, reniega de él.
Lichis: Tenemos un bajista muy bueno, Patillas, que está en una forma increíble, yo le llamo el McCartney blanco. Pero mira, aquí grabó el bajo Patillas, no funcionó tanto, y lo grabé yo.
Lichis, hace un par de años me decías que te ibas a poner también a perfeccionar la guitarra, el piano y la batería. ¿Cómo vas con todo eso?
Rubén: Se ha puesto con todo, ¡lo toca todo ya!
Lichis: En «Mesa para dos» grabé yo la batería y… sí, sigo metiéndome en berenjenales. Como he estado muy metido en la batería, el piano lo tenía un poco descuidado, pero he vuelto. Más que tocar instrumentos, los utilizo para hacer música. No soy multiinstrumentista.
Os están pasando cosas fascinantes con esta aventura, como entrar en las listas de ventas de nuevo. Aunque ese no sea el objetivo, ¿cómo recibís estas noticias?
Lichis: Nos hace mucha ilusión. Toda esta defensa a ultranza que se asocia a nosotros de la libertad y la autenticidad lleva un coste muy duro. No quiero hablar por los dos, pero…
Rubén: Sí, sí, habla por los dos.
Lichis: No aspiramos a llenar el Wizink Center. Si ocurriera, genial, pero esto es nuestra forma de vida, y estamos en una edad en que no hay plan B ni vuelta atrás.
Y tenéis que comer de vuestro oficio…
Lichis: Sí, mis hijos comen, yo como también [ríe]. En el olimpo de la autenticidad, los dioses seguramente coman maná y no les pase nada, pero en nuestro pequeño olimpo de autenticidad hay problemas muy terrenales. También ha sido una alegría encontrar empatía: sin sonar en ningún lado y después de habernos dado en coche varias vueltas al sol para tocar en todos los sitios, aguantar el rollo de «vuelve con la Cabra»… es un subidón que la gente diga «cómo molan las canciones nuevas» y que compren tu disco.
Parece que eso de «que vuelva la Cabra» se ha desvanecido, porque vuestras carreras solistas tienen ya suficiente entidad como para no mirar al pasado… ¿o aún os ocurre?
Lichis: Hemos trabajado para que esa etapa pasara, y creo que ha dado frutos. A veces Rubén, que es más abierto, dice: «Lichis, toca “Felicidad”». Pero no es el momento, llegará cuando tenga que llegar. Ha habido un momento en que veía que en cuanto echase un poco la vista atrás me convertiría, utilizando una metáfora bíblica, en estatua de sal, y se acabó, se paró el tiempo, aquí te has quedado. Ha habido una lucha por seguir el camino adelante: tira, y cuando estés lejos, ya llegará el momento de mirar atrás. No quemes tu futuro. Porque había una demanda grande de revival, y se están acabando los grupos de los ochenta. Ya empiezas a notar que dentro de esa industria que se ha creado alrededor del revival están buscando víctimas nuevas, rebuscando en los noventa y los dos mil.
Y vosotros estáis a punto de caramelo…
Lichis: Claro, estamos justo ahí. Yo estoy viviendo cosas maravillosas, es un momento que me gusta mucho y que hay que cantar y contar. Es mi manera de revolucionarme contra esta sociedad que parece que va en contra de la muerte, del paso del tiempo. Parece que la vida era guay hasta que tenías treinta y pico, y a partir de ahí es una puta mierda, así que lo único que puedes hacer es tirarte lo que te quede añorando y recreándote en lo que fue tu vida. No, aquí hay una vida interesantísima que merece la pena ser vivida. Y seguir creciendo. Y seguir aprendiendo. Y seguir cantando. Y sí, llegará un momento en que quizá puedas mirar atrás y hacerlo bien, sin que eso limite tu futuro.
Rubén: Pero por gusto, no por necesidad de que hago esto o me muero de hambre. Ya reconciliado contigo, con ese repertorio.
Lichis: Sí, ya por placer, porque voy a cantar esto y también van a estar esperando seis o siete canciones de esta etapa. Eso lo he visto en Sting o con McCartney. Sting había acabado con Police y no tocaba «Roxanne», y no lo hizo hasta que sacó siete u ocho discos y ya tenía una carrera muy consolidada en solitario. Entonces sí, ya podemos juntarnos Police.
No solo no miráis atrás, sino que ya dais pistas sobre el futuro. En los conciertos de Radio 3 adelantasteis dos canciones del próximo epé, ¡y menudas dos canciones!
Rubén: Siempre pasa. Hay gente que nos ha dicho que las mejores se han quedado fuera.
Esos nuevos temas parecen bucear más hondo que las que acabáis de publicar. ¿El próximo epé es más introspectivo?
Lichis: Sí, apuntan por ahí. Aunque tenemos una bastante bufa que vamos a grabar.
Rubén: Es un poco mas frívola, para compensar. Hay que equilibrar un poco.
Lichis: La primera parte ha sido más fresca y la segunda apunta a más reflexiva, aunque nos quedan canciones por hacer.
Creo que tenéis cuatro temas, así que solo faltarían dos. ¿En qué tejado esta la pelota?
Lichis: Sí, nos quedan dos. Una él, otra yo, y ya lo tenemos.
Rubén: Falto yo [ríe].
¿Pero tú no eras el incontinente?
Rubén: No, no, es que le doy muchas vueltas. Tengo que estar seguro.
¿Seguirán sonando en los conciertos canciones de vuestros trabajos en solitario?
Rubén: Claro, es que si no es un concierto muy corto. Los necesitamos.
Lichis: Rubén tiene una carrera muy interesante. Mesa para dos es el apartamento en el que vamos a vivir una temporada y, como a los dos nos gusta viajar, viajaremos y nos quedaremos una copia de la llave cada uno para entrar aquí cuando surja.
Rubén: Mira, esto no lo hemos hablado, pero creo que vamos a hacer un disco, ¿no? [Lichis asiente] Sacaremos otras seis y la cosa es hacer un disco. También se hacen lazos de estar siempre compartiendo, pero cuando el contacto es de más, el roce hace la ampolla. No queremos ampollas entre nosotros. Nos gusta el roce que hay, si lo hay demasiado habrá ampollas, nos molestará al andar. Queremos poder volver siempre a esto con alegría y con apetencia y que sea lo que es: un recreo de nuestras carreras o como quieras llamarlo.
Dada vuestra experiencia, creo que sabréis parar o cambiar de calzado antes de que salga la ampolla.
Rubén: Sí, claro.
Lichis: En la música, para que guardes un buen recuerdo, es bueno que las cosas tengan una duración, si no empieza todo a recalcitrar. Lo digo tratando de especular, porque nunca nos hemos planteado si esto tenía fecha de caducidad. Vuelvo a lo que hablábamos de la maravillosa incertidumbre en la que se vive ahora. ¡Vete tú a saber qué pasará mañana!
Habéis empezado esta charla hablando de Woody Allen, y quiero cerrarla recordando una película suya: Si la cosa funciona. ¿Sería ese un buen resumen de Mesa para dos?
Lichis: Sí, ese el resumen. Hay inquietud por hacer canciones, por compartir cosas. Dentro de veinte años no sé si podremos hacer el 20 aniversario porque vamos a estar ya tomando sintrom, pero mira Sabina y Serrat, salvando las distancias, que están ya en esa edad estupenda. A ver qué pasa.