Libros: «Zazie en el metro», de Raymond Queneau

Autor:

«Una novela efervescente, delirante, extremadamente parisina, en la que el absurdo y la energía conducen a soluciones inesperadas, a giros sorpresivos que no tienen encaje ni en la realidad ni en el sueño»

Raymond Queneau

«Zazie en el metro» 

MARBOT

 

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

 

Es lugar común que las vanguardias europeas no pudieron producir novela, era una estética demasiado fría e intelectual, demasiado atenta a misteriosos mecanismos mentales y poco afín a la vida palpable, así que nunca podría reproducir esta vida de forma gráfica. Hay dos excepciones, sin embargo, enormes artefactos narrativos que usan las técnicas del Surrealismo en un grado tal que pueden darse por relatos adscritos al movimiento; la parte oscura la representa «Nadja», de André Bretón; la parte lúdica, «Zazie en el metro», de Raymond Queneau. Siempre me ha interesado la figura del escritor francés, más allá de los «Ejercicios de estilo» que aparecen en todos los libros de texto. Sus poemas cantados por Juliette Gréco, su cargo en el Colegio de Patafísica, el delirio matemático del Oulipo iluminan una figura quizás no del todo reconocida, pero esencial en la evolución de la literatura del XX.

«Zazie en el metro» es una novela efervescente, delirante, extremadamente parisina, una novela en la que el absurdo y la energía conducen a soluciones inesperadas, a giros sorpresivos que no tienen encaje ni en la realidad ni en el sueño, sino en una alegría vital que supera la vida. En realidad, el argumento es extremadamente sencillo. Déjenme este párrafo para revelárselo. Zazie es una muchacha deslenguada y vivaz que pasa un fin de semana en París con su tío Gabriel –al que apenas conoce– mientras su madre se dedica a otros menesteres que solo descubriremos al final. Este fin de semana conocerá a estupendos personajes como el taxista Charles, el tabernero Turandot, el policía Trouscaillon –en esta figura o convertido en otros personajes–, la viuda Mouaque o el conductor de un autocar turístico, Fédor Balanovitch. Todos acaban, de una u otra manera, en el espectáculo nocturno del tío, travestido, una locura de ámbito nocturno que acaba con la placidez de Zazie al confesar a su madre que en ese fin de semana únicamente ha envejecido.

1959 es la fecha de publicación, aunque la novela se va gestando desde 1945, curioso; el libro se empieza a gestar el mismo año que «El guardian entre el centeno» también empieza a bullir por la mente de Salinger, recién acabada la guerra mundial. No es, desde luego, su versión europea, pero se advierte que los personajes buscaban nuevos caminos. El de Zazie, patente, no es el de Holden, es mucho más espumoso, callejero y desde luego mucho más lúdico. Los juegos de palabras, intraducibles al castellano, no llegan a estragar la novela, pero frenan unos pasajes que deberían ser acelerados y la traslación –la misma que en el 78 publicó Alfaguara– no llega a abarcar; es como si quisieras traspasar a Jardiel o Mihura –con los que tiene mucho que ver– a otra lengua. Imposible.

Así que hemos de abordar la novela desde otro punto de vista, desde esos dos capítulos del manuscrito ahora recuperados en los que Zazie entra en el metro –en la versión canónica no lo hacía– y desde una suprema alegría de una postguerra en Francia con perspectivas, con afán de buscar nuevas vidas, atenta a una nueva entidad europea, desdramatizada, vital y llena de esperanza. Quizás sea la última visión de una Europa esperanzada.

 

 

Anterior entrega de libros: “Todos te quieren cuando estás muerto”, de Neil Strauss.

 

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