«Mezcla las aventuras costumbristas con otras de aire grandioso, el aburrimiento en las tardes de domingo, los juegos para defender un espacio se alían con pequeñas epopeyas en las que domina la majestuosidad»
Richard Price
«The Wanderers. Las pandillas del Bronx»
MONDADORI
Texto: CÉSAR PRIETO.
Aunque nunca había sido traducida al castellano, “The Wanderers” es –junto a “Rebeldes”, de Susan Hinton–, la obra de referencia de las novelas sobre pandillas de los años sesenta. En norteamérica, claro está. Ambos textos describen a adolescentes difíciles, que buscan un puesto en el mundo y, más que eso, son empujados a él. Comparten, asimismo, un cierto aliento clásico y están resueltos con un leve aliento de dramaturgia y épica, seguramente la única forma posible de resolverse. No se asusten los posibles lectores, no hay en ellas nada de farragoso, simplemente son seres enfrentados a un destino.
En el caso del texto que nos ocupa, que se organice por medio de episodios casi autónomos y que se vean las escenas plagadas de un costumbrismo del Bronx, no impide que haya unos dioses-padres indiferentes o directamente estúpidos y que la pandilla que da nombre a la obra tenga que ir conquistando su propio lugar en un mundo en el que parecen haber sido abandonados. Y su travesía discurre en secuencias casi autónomas hasta acceder al final, la emotiva despedida de la pandilla, ya algunos de sus miembros apartados por trompazos de la vida.
Desfilan, por tanto, otras bandas rivales –»macarronis» y «negratas», básicamente–, que deciden atacar a Richie –seguramente quien lleva mayor protagonismo textual– para vengar una pintada aparecida en la escuela. Y a partir de aquí novias y relaciones de hermanos, los peligrosos Ducky Boys, fiestas en que las lentas acrecientan una tensión sexual que cuesta horrores frenar, peleas, apuestas en la bolera… Y sobre todo mucha música, desde el himno oficioso de Dion & The Belmonts que da título a la novela hasta cualquier grupo de doo-woop o de la Motown. Es el Bronx y son los primeros años sesenta, aunque la novela esté publicada en 1974, la primera de Richard Price, aclamadísimo en nuestros días como guionista de “The wire”.
De hecho, en esta contrafigura de “American grafitti” mezcla las aventuras costumbristas con otras de aire grandioso, el aburrimiento en las tardes de domingo, los juegos para defender un espacio se alían con pequeñas epopeyas en las que domina la majestuosidad, la muerte de Sloopy, por ejemplo, supera cualquier atisbo de novela juvenil para pasar a una categoría superior, la del mito. Es mi escena favorita, mucho más que la convencional despedida, trazada de manera magistral, vibrante, angustiosa, definida por los dioses la muerte del héroe. Porque ‘The Wanderers” es una novela de héroes, de seres a los que los dioses han iluminado, les han dado un brillo especial, para después abandonarlos entre los hombres. No otro sentido tiene la réplica de Joey ante la presencia de esa vida vulgar que los absorbe: “Estoy cagado de miedo”.
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