«Parte de esas ‘screwball comedies’ de los años 30 con centro magnético en ‘Vive como quieras’, de Capra, y concluye en una ‘sitcom’ de cualquiera de nuestros televisores. Situaciones de locura, personajes que mejoran con el estereotipo y diálogos con un ingenio más apretado a cada página»
Joaquín Berges
«Vive como puedas»
TUSQUETS
Texto: CÉSAR PRIETO.
Joaquín Berges lo ha hecho, sin duda. Este zaragozano de los sesenta, aclamado ya hace dos años por «El club de los estrellados», ha revivido un manuscrito anterior y ha conseguido una novela que rebosa una mezcla a partes iguales de naturalidad y deslumbramiento. Parte –es citada en la trama e importante en el desarrollo– de esas «screwball comedies» de los años 30 con centro magnético en «Vive como quieras», de Capra, y concluye en una «sitcom» de cualquiera de nuestros televisores. Situaciones de locura, personajes que mejoran con el estereotipo y diálogos con un ingenio más apretado a cada página.
De hecho Luis, el ingeniero protagonista, trabaja en una empresa de energías renovables pero es un frustrado escritor de guiones para televisión. La voz narrativa aparece escindida entre su diario personal y un narrador neutro, puro. Y en ambas tipologías se deslizan su primo Oscar, sus dos mujeres, una cantidad no muy exacta de hijos, el novio de la mayor, su madre, la profesora de su hijo y su vecino Carlos. Cada uno con su monomanía, la sensación de poder, la macrobiótica, la tensión arterial, la pedantería o la placidez. En esta base abundan las situaciones de enredo, constantes, algunas de ellas llevando al máximo lo hilarante –una persecución policial de Luis vestido de rey mago, un caldito preparado con un cráneo humano, la llegada a una playa nudista– y siempre bien dosificadas, creciendo en el momento justo de la trama. Sin forzarla.
No se piense por ello que la novela resulta banal, muy al contrario. Es un tratado sobre la familia –tan de grado en este siglo XXI–, sobre la comunicación y sus excesos, sobre el peso del mundo. En determinado momento, incluso, sin apenas solución de continuidad, la novela toma un aire de crudeza, un ahogo insoportable, la manera que tiene de reflejar realmente la vida. Así que al final no son hechos con aire ligero ni dramático. Simplemente son hechos. Bien tratados, bien engarzados. Tanto que no se puede dejar la novela tras abrir la primera página y al final sientes que hay en ella un escondido sobrepeso.
–
Anterior entrega de libros: “Kraftwerk: Yo fui un robot”, de Wolfgang Flür.
–