«Devoto y activista del jazz, ha ido fotografiando ventanas, eso que apenas nadie concibe como objeto autónomo, encontradas en cada uno de sus viajes»
Colin Berthelet
«Ventanas con palabras»
BANCO DE ALIMENTOS DE GRANADA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Las ventanas tienen una evidente utilidad práctica, higienizantes y luminososas han acompañado a la humanidad desde el momento en que la claridad entraba por una escueta abertura de las cavernas; pero tal vez por eso adquieren también una entidad simbólica que la literatura sabe explotar con destreza, lease sin ir a más el relato ‘La araña’ de Hanns Heinz Ewers y se entenderá el poder magnético de esas elipsis de pared. La ventana descubre y tapa, establece caminos de placer en restaurantes o trenes. Por ello, este libro está plagado de gozo y atracción.
Cierto es que ni yo soy conocedor del arte de la fotografía ni Colin Berthelet es fotógrafo al uso; diseñador sobre todo, devoto y activista del jazz, ha ido fotografiando ventanas, eso que apenas nadie concibe como objeto autónomo, encontradas en cada uno de sus viajes, en ocasiones incluso con su móvil, ventanas desnudas de singular belleza, meros boquetes y ventanas frugales, rurales y urbanas, la de un coche abandonado que al fin y al cabo resulta recinto de sensualidad, paisajes cuadrados al pasar un tren. Paisajes que se explican.
Porque quizás lo que más interesará al lector de EFE EME –para él hemos disfrutado del libro–son los textos que acompañan a la selección gráfica, más de cuarenta, salpicados de los músicos que mayor interés despiertan en ésta nuestra casa. Aparecen textos de Auserón –para él la ventana abre el mundo de la fantasía– y Lapido –para el que es la canción de la vida–. También de Corcobado y Jorge Pardo, que juega con el microcosmos que representan, y de Nacho Vegas y Antonio Arias, para el que son entradas a lo ilusorio.
El que el beneficio íntegro de la obra esté destinado al Banco de Alimentos es una razón más para acudir a este volumen hecho –según el autor– en una imprenta a la vieja usanza. Se nota en el troquel con tacto de pared, en la suave rugosidad de las páginas, en la caligrafía a mano, en el buen gusto de un conjunto en el que página a página va desfilando el mundo.
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Anterior crítica de libros: “Diez de Diciembre”, de George Saunders