«Un poco a la manera del Truman Capote más frívolo, ‘Una rubia imponente’ presenta la vida de Hazel Morse mediante una de las virtudes fundamentales del relato, la excepcional composición de personajes»
Dorothy Parker
«Una rubia imponente»
NÓRDICA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Dorothy Parker cronista de la vida de sociedad y literaria de las glamourosas “Vanity Fair” o “Vogue” publicó en 1929 un relato en la páginas de “Bookman Magazine” que se presenta exento de todo glamour, un relato del todo impecable que pasa por ser uno de los mejores del siglo XX y que recibió ese mismo año el premio O. Henry, el más importante de Norteamérica para narraciones cortas. Nórdica lo edita ahora junto a un buen puñado de ilustraciones –con un atrayente aire de expresionismo naïf– de Elisa Arguilé.
Un poco a la manera del Truman Capote más frívolo, «Una rubia imponente» presenta la vida de Hazel Morse mediante una de las virtudes fundamentales del relato, la excepcional composición de personajes, desde la protagonista –una «descriptio puellae» que pinta una belleza moderna y un retrato moral de alegría y despreocupación vital– hasta el apunte del más leve secundario.
La segunda virtud es la estructura, una disposición de los materiales ajustada al milímetro que presentan, con una magistral muestra de lentitud y continuidad, la degradación de la señora Morse desde el momento en que su trabajo de modelo no nace en ella de forma espontánea y ha de aplicarse para conseguir naturalidad. A partir de ese instante, su vida va rodeando la felicidad en forma de matrimonio, de risas con amigos, de sucesivos amantes, pero siempre se le escurre y la pierde hasta caer en la espiral de un pozo.
La tercera es el no dramatizar, escribir con el tono chispeante de los años 20. Sin ser un relato triste, ni siquiera deprimente –su final lo arregla todo– sí que contiene escenas en las que Hazel actúa con una mezcla de patetismo y conmiseración, apuntes de un estado psicológico en el que el lector adivina tormentas interiores sin que el narrador ofrezca más que unos pequeños apuntes: la excitación de una partida de póker o unos caballos que resbalan en la calzada y provocan un llanto inconsolable en la protagonista, embutida –eso sí– en unos elegantes zapatos de tacón. Pero al fin, toda esta amargura se resuelve en la conciencia de que la vida, sea lo que sea, simplemente continúa.
–
Anterior crítica de libros: “Algo ha pasado”, de Joseph Heller.