“Un estilo propio de la novela negra clásica, con soltura en los diálogos, rápida y certera, pero a la vez reconstruida a la manera europea, volcando todo en el humor esa estela que va de Boris Vian hasta nuestro Eduardo Mendoza”
Marisha Pessl
“Última Sesión”
RANDOM HOUSE
Texto: CÉSAR PRIETO.
La novela es extensa, pese a no perderse en vericuetos ni digresiones. Sí es cierto que en esta su segunda obra, Marisha Pessl, saludada ya como gran autora de thrillers desasosegantes, parece acumular capa sobre capa para no dejar nada sin detallar. Y además acompaña el cuerpo del texto con material gráfico –informes policiales y académicos, recortes de prensa, páginas web, partes médicos– que nos ofrecen una impresión de documento veraz y dan a la obra el aire de texto casi jurídico.
La historia es sencilla, eso sí. Ashley Cordova se ha lanzado por el hueco de un montacargas en un almacén abandonado de Manhattan. Es hija de Stanislas Cordova, un director de cine de terror cuyas películas solo pueden conseguirse en el mercado negro y que ha generado un culto cinéfilo hacia su figura. Nadie sabe dónde se encuentra. El periodista de investigación Scott McGrath quiere encargarse de hacer un reportaje sobre la familia, acompañado de una pizpireta joven y un inteligente punky que se encuentra en sus primeras pesquisas. El reto es descubrir el itinerario de los últimos días de Ashley tras escapar de un hospital psiquiátrico en el que estaba ingresada. Mientras tanto, ha de lidiar con su exmujer y con la custodia de su hija.
Estos son los mimbres, marcados por la constante presencia de Ashley, con la que todos han tenido de una u otra manera contacto, incluso el investigador la encuentra bien entrada la noche en Central Park, una figura evanescente que se pierde en las sombras y en el metro. La joven deja su magnetismo en las páginas de la novela sin aparecer más que por recreaciones de otros a los que subyuga, una angélica mujer fatal.
Los espacios recorren toda la gama de postales de Nueva York. Apartamentos y pensiones infectas, pequeños barrios opulentos, tiendas de brujería en Chinatown, discotecas escondidas… La última reunión de los tres protagonistas, un risueño y melancólico paseo por coctelerías, restaurantes y afters descarga la tensión acumulada con páginas de bella factura, un retrato a lo Woody Allen –en sus buenos tiempos, claro- del neoyorkino del siglo XXI. Todo acaba en The Peak, la mansión del director rodeada de lagos, bosques y un halo misterioso propio de una pesadilla lisérgica de aire gótico. La confusión del investigador, que pasa tres días en su laberinto, fluctúa entre el clímax impactante y la excesiva longitud, que le resta tensión.
En este episodio tampoco abunda otro de los rasgos que hace atrayente la novela: el estilo, propio de la novela negra clásica, con soltura en los diálogos, rápida y certera, pero a la vez reconstruida a la manera europea, volcando todo en el humor esa estela que va de Boris Vian hasta nuestro Eduardo Mendoza. Aunque su longitud hace que la diversidad de tonos sea casi constante, este que valoramos es el de mejor pulso. Ello hace también que evite cargar todo en el tono sombrío o maléfico –que aparece, claro- para descongestionar con la versión amable. En definitiva, una novela que son varias a la vez, onírica y peliculera, que entretendrá al lector aún a riesgo de que a veces no parezca avanzar y que le va a proporcionar intriga y un par de personajes de esos que perviven en la memoria.
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Anterior crítica de libros: “La última palabra”, de Hanif Kureshei