“Es de celebrar a lo grande que salga a la luz el segundo volumen de los tres que van a componer la integral del maestro riojano en ‘La codorniz’, ya asentado en ella y al nivel su prosa y su consideración de los Mihura, Tono o Jardiel”
Rafael Azcona
“¿Son de alguna utilidad los cuñados?”
FULGENCIO PIMENTEL & PEPITAS DE CALABAZA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Desde siempre me ha fascinado la figura de Rafael Azcona. No solo sus películas, consideradas ya desde su estreno hitos sin parangón dentro de la cinematografía hispana, sino sus novelas, que tan arduo era siempre conseguir. Por eso, es de celebrar a lo grande que salga a la luz el segundo volumen de los tres que van a componer la integral del maestro riojano en “La codorniz”, ya asentado en ella y al nivel su prosa y su consideración de los Mihura, Tono o Jardiel, que tampoco era demasiada en la España de esa época, todo hay que decirlo.
Una España a la que le costaba salir de la penuria, con personajes ahogados y otros que actúan como si todo fuese normal. Y que han de convivir en un mismo mundo, un mundo en el que se pintan situaciones tan cotidianas y habituales que solo les falta un empujoncito para caer en el absurdo más absoluto. 1956, ahí empieza la obra, con un agonizante a quien el galeno no deja morir porque el ingenuo no tiene una carta de recomendación. Llega esta dirección hasta remedar la flema británica en un pequeño apunte que despliega las premisas del teatro del absurdo, tan de boga entonces en el extranjero.
Pensemos también que la censura estaba en un momento dulce, así que ganaba quien la esquivase con sutilidad. Una sutilidad que a veces, uno lee con asombro, se resolvía en proclamas libertarias que debían parecer tan de chiste que nadie se tomaba la molestia de condenarlas. Sin contar con secciones fijas, sí que hay algunas recurrencias en personajes: el abuelo que despotrica contra las costumbres de los jóvenes, o que no entiende que no se dobleguen ante el poder, años antes de “Cinco horas con Mario”. ¿Cómo se le ocurre a ese nieto, que ha de encargarse una tarde de la tienda familiar, decirle a una clienta que el artículo que quiere comprar es caro y defectuoso? De aquí, poco más ha de avanzar Azcona para alcanzar cierta rabia oscura convertida en sarcasmo, con propuestas tan explosivas como la que remeda la solución para la hambruna de Jonathan Swift: ¿cómo aprovecharse de los niños enfermos graves? Bastante más sangrante que Mingote o que Gila, desde luego.
Sorprende, eso sí, que los aspectos criticados sigan aún sin resolverse casi sesenta años después. Los pequeños dramas de la sociedad ibérica que detectaba Azcona en los cincuenta son los mismos males de la sociedad bien entrado el siglo XXI: el tráfico en las ciudades, la obsesión malsana por el fútbol, el inventor de una máquina para expulsar inquilinos de renta baja o una propuesta para denunciar a las vacas por estafa: llevan una vida poco natural y claro, así sus filetes resultan poco jugosos; con lo fácil que les sería pastar hierba tranquilamente en un prado. Es tan actual todo que mete miedo. Pensemos que en una de sus estampas aparece la hazaña de un español que ha alcanzado el record mundial de no hacer nada. Con diferencia además.
Las alusiones al cine son continuas, no solo sangrantes recreaciones de los argumentos más manidos, sino precisas estampas que anuncian la renovación en la que Azcona va a participar. Faltaba año y pico para que entrase en ese mundo de la mano de Marco Ferreri y ya nos da apuntes que el aficionado puede situar perfectamente: la anciana que ha de morir para dejar una vivienda, la propuesta de llevar un pobre a casa o el jubilado que desea ser paralítico para conseguir un cochecito. Pero no solo está aquí el germen de su cine, sino también en comentarios entre líneas en los que revela saber a la perfección cuáles son sus defectos. En definitiva, sus paisanos logroñeses de la editorial Pepitas de Calabaza nos ofrecen un estupendo regalo, un regalo audaz para el lector más inteligente.
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Anterior crítica de libros: “En cuerpo y alma. Cancionero de Joy Division”, de Ian Curtis.