«Dejémonos de lindezas, Montero Glez es el único que sabe hacer crujir el lenguaje, el adalid del esperpento, hace que Saturno juegue a malabares con las pelotas de su padre»
Montero Glez
«Polvo en los labios»
LENGUA DE TRAPO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Montero Glez es un narrador de buena raza, castizo, que se mueve con soltura de humos entre tabernas, noches y arrebatos de todo tipo. Tiene su punto de fuga en los griteríos y la abundancia y se maneja bien en las distancias cortas, así te puede novelar las ternillas de Camarón en “Pistola y cuchillo”, las rabias de argentinos narcotraficantes en “Sed de champán” o el putiferio de Conil de la Frontera en “Manteca Colorá”. Tras su libro de relatos “Besos de fogueo”, de hace cinco años, había interés es ver cómo seguía manejando las distancias cortísimas y cómo seguía retratando el Madrid de finales del XIX y las lanchas del estrecho.
Y lo cierto es que si se obvian los relatos en los que aparece la familia real –quizás meros reportajes de historia monárquica en la corte de Alfonso XII– hay cuentos excepcionales. Casi todos ya habían sido publicados, pero entre los inéditos brillan diamantes, y el que abre el libro, zas, en toda la boca, polvo en los labios. El primer relato ya pega en la médula. Chet Baker muere al caer desde la habitación de un hotel de Amsterdam, el informe policial no esclarece del todo los hechos. Montero lo había acogido en Madrid en sus últimas actuaciones en España, ríe con él ante la historia que un taxista les comenta sobre un torero que se había deshecho de un toro escapado en plena Red de San Luis –hecho real acaecido en 1928-, y al final, solo al final, percibe cómo murió el saxofonista. Igual que Cortázar en ‘El perseguidor’, seguir a un músico de jazz es seguir a una sombra.
Dejémonos de lindezas, Montero Glez es el único que sabe hacer crujir el lenguaje, el adalid del esperpento, hace que Saturno juegue a malabares con las pelotas de su padre –los mitos de nuevo degradados, el castellano de nuevo respirando– o presenta la fauna de los subterráneos de la ciudad. El cúlmen es aquí ‘Barrio de las Injurias’, un Madrid hambriento y sentimental. El mercado y el chisporroteo del sexo, voces que vienen del pulso del cuerpo y de la muerte, las de Chacón, Manuel Torre o Pepe de la Matrona en ese impresionante final. Y es que en Montero Glez no hay solo caracoleo, usa el lenguaje para lo que se ha inventado, para apretar las honduras del hombre, para ver de cerca la desolación. Mayor no la hay que en ‘La primera vez’, el chavalín que entra tímido en un burdel y que retrata la ternura y el puñetazo; la vida, si vamos a ello.
–
Anterior entrega de libros: “Cintas de Cassette. La cara B de la música”, de Óscar García Blesa.