“Háganse las preguntas a las que Blesa les empuja, un hilo conductor que puede dar al traste con nuestra respetabilidad y nuestras convicciones: ¿qué hay de malo en que una balada sea melosa y orquestal?, están hechas para eso; ¿qué impide que una canción pop resulte intrascendente y sencilla?, es su marco de valores desde siempre”
Óscar García Blesa
“Placeres culpables”
BUBOK
Texto: CÉSAR PRIETO.
Los mejores libros sobre música de las últimas remesas editoriales están dedicados a grupos de sonido oscuro y ambientaciones heterodoxas –Nick Cave, Joy Division, Derribos Arias–, por eso se agradece que Óscar García Blesa traiga en este “Placeres culpables” la alegría y la luminosidad. Uno duda de si la amplitud de criterios que chorrea del libro es común entre todos los críticos musicales –yo me precio de tenerla–, pero se la callan, o si el gusto del autor por pellizcar en todos los ámbitos de la música, los palacios y las cabañas, conforma una visión diferente respecto a los que solo se preocupan de escuchar y escribir. Responsable de marketing de multis –los tipos que de verdad saben del negocio– o de programas de radio piratas, a lo mejor estar en el otro lado de la barrera le ha afinado otros valores.
El caso es que la premisa del libro es argumentar que veinte discos que dejarían escandalizados a los críticos más sesudos son excelentes discos. En el ámbito hispano juega fuerte: Julio Iglesias y Hombres G, las bestias de todas las bestias. No, no, antes de que les den arcadas, léanlos. Parte de la serie fue publicada por EFE EME y está disponible en la red.
Y no solo han de leerlos, háganse las preguntas a las que Blesa les empuja, un hilo conductor que puede dar al traste con nuestra respetabilidad y nuestras convicciones: ¿qué hay de malo en que una balada sea melosa y orquestal?, están hechas para eso; ¿qué impide que una canción pop resulte intrascendente y sencilla?, es su marco de valores desde siempre. Y con ello, pregunta a pregunta, va descorriendo velos: eso que usted desprecia, si lo escucha con otros oídos, puede despertar sensaciones, no solo las sabía crear Nick Drake.
En el campo extranjero, hay dos cauces principales: discos de rock fuerte de hacia mediados de los años ochenta y los grupos a los que tapó la generación grunge. Pero se despliegan muchos afluentes, siempre con comentarios atinados: ¿a que no han dado en pensar, embarcados en que su música es comercial, que “The Album” de Abba es progresivo? ¿O que ‘Saturday night fever’ es tan irreverente como los Sex Pistols? De hecho, lo que enamora del libro son estas continuas digresiones para defender los dj de bodas, la validez de ciertos grupos AOR, la difícil orfebrería para que una canción sea simplemente agradable, su valor de artesanía, la impagable satisfacción de estar tocando con cuatro amigos en un garaje… La perfecta sincronización entre música y educación sentimental da sentido al texto, mucho más que si fuera un catálogo de valores musicales.
Miren que a este cronista le gusta descubrir grupos de esos que solo llevan tres ensayos, supongo que es el intento de captar algo de ese asombro de cuando te llegaban las primeras canciones. Y estoy convencido de que es una curiosidad que nunca se debe perder. Pero también lo estoy de que no hay buen aficionado que no defienda a capa y espada músicas por las que sabe que va a ser mirado con conmiseración. Es más, el buen aficionado lo proclama con orgullo, pero con humildad. Esto es lo que hace Blesa, exponernos su parte heterodoxa, quizás la más interesante, la que no coincide con lo que todos sabemos.
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Anterior crítica de libros: “Biodiscografias”, de Iban Zaldua.