«Es como una conversación pasional de café, el lector que busque un discurso académico abandone, y permanezca el que quiere descubrir gustos, recordar escenas de maravilloso encanto»
Miguel Cane
«Pequeño diccionario de cinema para mitómanos amateurs»
IMPEDIMENTA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Aquí tienen ustedes un diccionario de cine –básicamente de actores y directores–; bien, uno más. Pero este no es un diccionario de cine al uso, es lo que indica su título: una guía para mitómanos. ¿Qué diferencia hay? Pues evidente, el autor mexicano se ha dejado llevar por sus gustos personales que coinciden básicamente con el Hollywood clásico, salpicado por gotas de cine francés y español. No aparecen así extensas y completas filmografías sino pequeñas calas, episodios deslumbrantes, enamoramientos eternos desde un subjetivismo de cinéfobo. Solo magia y anécdotas, de Brooke Adams a Fred Zinnemann.
Es como una conversación pasional de café, el lector que busque un discurso académico abandone, y permanezca el que quiere descubrir gustos, recordar escenas de maravilloso encanto. Sobre todas las cosas es un diccionario de escenas que por canales subterráneos se van relacionando unas con otras.
Sepan así como Julie Andrews fue sustituida por Audrey Hepburn en «My fair lady», como adquirió su seudónimo Michael Caine, que John Wayne respondió en la pila bautismal al femenino nombre de Marion. También de la admiración de Colette por Audrey o de la relación entre Glenda Jackson y Julio Cortázar o entre Jean Seberg y Carlos Fuentes. Del triste final de Veronica Lake o de la ayuda que proporcionó a Patricia Neal cuando entró en coma su marido, Roald Dahl. Busquen también la primera frase que dijo David Lynch a Isabella Rossellini.
También hay sitio para anécdotas pop porque la obra de un huerto da diversos frutos. Así el lector de esta revista puede conocer la carrera cinematográfica de Marianne Faithfull o de Nico, aprender las conexiones de Mia Farrow con grupos de los sesenta y sorprenderse ante el antinatural matrimonio de Charlotte Rampling y Jean-Michel Jarre. El toque personal hace que el estilo sea también importante y así alguna entrada es un pequeño y crudo poema en prosa, como la de Monty Clift, y otras son divertidísimas, véase David Niven.
Las características del volumen hacen que actrices de «one film wonder» tengan espacio frente a divas incontestables, así que el lector puede establecer el juego de buscar si aparece uno de sus secundarios favoritos, de esos que escapan a los capítulos mayores. Déjenme señalarle la mía: Anne-Louise Lambert en su fugaz aparición en la versión cinematográfica de «Pícnic en Haging Rock». Y también un olvido que me duele, Natja Brunckhorst bajando al terror más desolado en «Yo, Cristina F.», siempre conviene la falta de unanimidad.
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