Libros: «Parálisis Permanente. Adictos a la lujuria», de Marcos Gendre

Autor:

«Lo esencial es que al escuchar ahora sus canciones todavía se clavan, todavía parecen a años luz de lo que entonces se hacía. Y eso solo lo consiguen los grandes»

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Marcos Gendre
«Parálisis Permanente. Adictos a la lujuria»
QUARENTENA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Si hay una figura en la iconografía musical hispana que se haya convertido en mito y estandarte es la de Eduardo Benavente. Su breve e impecable carrera, las expectativas de un futuro que parecía esplendoroso y su trágica muerte conforman el caldo de cultivo esencial para que del culto de unos pocos pase a convertirse en emblema de una época, un emblema que –como en todos– tan importante es lo que produjo como lo que se adivina. Faltaba, eso sí, un libro que fijase la esencia, y es lo que Quarentena ha intentado por todos los medios hasta llegar a verlo editado. Son unas páginas que se le ofrecieron a Ana Curra, y que intentó esquivar de todas las maneras, y que acabaron –tras muchas dudas por parte del autor final– en manos de Marcos Gendre. Sin embargo, la teclista aporta sus palabras y su visto bueno en un libro en el que participan Jaime Urrutia –su relación con Parálisis Permanente ofrece muchas claves–, Loquillo, Jesús Ordovás, Patricia Godes y Javier Benavente, también prematuramente desaparecido. Destaca, pues, de las páginas lo cercano, lo familiar incluso, con fotografías cedidas por su entorno próximo.

No es, sin embargo, una hagiografía, presentan simplemente lo que fue: un chico arrebatador en su encanto, seductor en sus ilusiones. En sus líneas básicas todo está ya estudiado, incluso en la búsqueda en hemeroteca que se lleva a cabo: su entrada en los Pegamoides, el episodio con las Modettes, los viajes a Londres con sus epifanías,… Incluso los dramas, que los hay, y que vistos hoy en día parecen de opereta, la reyerta con Ramoncín o el conflicto con los ejecutivos de Hispavox en las negociaciones para el segundo single de los Pegamoides. Su inteligencia para moverse en el mundo de la industria era absolutamente cabal.

La historia de Parálisis, es evidente, no se comprende sin atender a los grupos anteriores, pero en todo caso, nació como entretenimiento de fin de semana en los locales de ensayo que quedaban libres y sin decir nada al grupo madre. A partir de ello se detiene en los discos y en la génesis de Tres Cipreses y, sobre todo, en la intrahistoria, figuras importantes de las que no se suele hablar, por ejemplo Rafa Balmaseda; pensemos en el sonido del grupo, tan preciso en las marcas rítmicas, tan llevado por las líneas de bajo, pues son debidas a él. También acude a la carrera de Seres Vacíos y de Ana Curra, esencial y autónoma, pero siempre ligada a los sonidos que definió en los primeros ochenta.

Es imposible conocer cómo hubiera sido su evolución, qué hubiera cambiado en el pop español si las circunstancias que los dioses le prepararon hubieran sido más propicias. Poco a poco, en lo escaso de su trayectoria, anticiparon soluciones que fueron usadas habitualmente por gupos de los noventa como Fugazi: y siendo esto importante, tampoco es lo esencial, lo esencial es que al escuchar ahora sus canciones todavía se clavan, todavía parecen a años luz de lo que entonces se hacía. Y eso solo lo consiguen los grandes.

Anterior crítica de libros: “Amanece, que no es poco (La serie)”, de José Luis Cuerda.

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