«A veces es tan importante conocer como reconocer, y eso es lo que proclama el libro del recién estrenado escritor, que volvamos a escuchar estas canciones con oídos limpios»
Jaime Urrutia
«Música para enmarcar»
LAROUSSE
Texto: CÉSAR PRIETO.
Cuando un músico es encargado de exponer las canciones que le han impulsado, que se le han encajado con melodía de red, suele acudir a desconocidas efusiones de grupos más desconocidos todavía y armar listas con canciones inencontrables. No está mal, despierta en el lector la sana idea de que aún nos queda mucho por aprender, mucho por emocionarnos. Jaime Urrutia no, el cantante y compositor de Gabinete Caligari acude limpio y selecciona en “Canciones para enmarcar” la auténtica memoria sonora común, una gramola de postín con más de medio centenar de canciones que conocen ustedes en su totalidad, sin duda.
¿Qué sentido tiene, entonces, hablar sobre lo que ya está suficientemente masticado? Pues muy sencillo, a veces es tan importante conocer como reconocer, y eso es lo que proclama el libro del recién estrenado escritor, que volvamos a escuchar estas canciones con oídos limpios y recordemos, por obvio quizás se nos olvida, que son grandes. De tres a seis páginas el comentario de cada una de las más de cincuenta entradas en las que Urrutia aprovecha para contarnos su vida, fantasear sobre lo que le sugieren las canciones y ofrecer datos sobre el tema. En ocasiones, lástima, se tiende en exceso al estilo Wikipedia, pero en otras logra alcanzar frases bien templadas, magníficas, ligeras y fantasiosas.
Pero ¿qué canciones son esas?, dirán ustedes. Pues empezamos por la copla, Antonio Molina o Pepe Blanco que le regalan aún recuerdos de infancia, estándares como Sinatra, Patsy Cline o ‘Lili Marlen’, de la que expone toda su gestación, interesado como está por la Segunda Guerra Mundial. Música ligera hispana como Nino Bravo o Marisol y el gran Augusto Algueró sobrevolando todo, cantautores como Krahe o Carlos Cano, hispanoamericanos como Carlos Puebla –y de paso nos relata sus viajes a Cuba– o Armando Manzanero, que funde con un día de lluvia en su niñez.
Un eclecticismo bien sano en el que la música no es ni gueto ni erudición. Eso sí, el grueso del volumen va dedicado al pop y al rock y por ahí desfilan el ‘Proud mary’ y el ‘California dreamin’, el ‘Satisfaction’, del que destaca el encaje rítmico de su pandereta, y el ‘Runaway’, que desvela su gusto por las películas de adolescentes y el «high school». James Brown y el Lennon de ‘Woman’. Muchos más.
Pero cuidado, es que hay otro libro dentro del libro. Separemos las canciones en las que él participó, aquellos artistas amigos, momentos que evocan un Jaime Urrutia de adolescencia consistente y tendremos, además de la mejor prosa, llevada por la emoción sin resultar sentimental, unas pequeñas memorias que nos hacen ver de nuevo esos últimos setenta en los que nació todo. Ciertas influencias, es sublime el recuerdo de Joy Division, y mucha vida en el recuerdo de cómo se gestó el disco de Parálisis Permanente y Gabinete Caligari. Un repaso pausado a la época del «rollo» y a Burning y las estancias de Loquillo en Madrid, sus andanzas con Poch, la visita en Buenos Aires a Ariel Rot; todo conforma unas deliciosas estampas que se leen con agradecida atención.
Así pues, lo mejor de casi cien años de música, y las andanzas de unos jóvenes grupetes en Madrid. Un soberbio jukebox ante el que Urrutia se sitúa eufórico. Común a todo el libro: la constancia feliz de que todavía hacen vibrar las canciones: entran en nuestras vidas y nos hacen respirar.
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Anterior crítica de libros: “Canciones de amor a quemarropa”, de Nickolas Butler.