«Las sensaciones de un niño quebradas, esto es lo que entenderán quienes asistan a la presencia de esta novela morosa, impactante, atenta al bascular entre la placidez y el choque de los deseos con la realidad»
José Mauro de Vasconcelos
«Mi planta de naranja lima»
LIBROS DEL ASTEROIDE
Texto: CÉSAR PRIETO.
En esta última década se ha revitalizado la presencia de la literatura en portugués en nuestras librerías. Quizás sea la concesión del Nobel a Saramago, o simplemente su presencia, pero lo cierto es que la lengua de nuestros vecinos tiene prestancia en traducciones que recuperan sus clásicos o presentan a una nueva y fructífera generación. “Mi planta de naranja lima” pertenece al primer bloque, al de los clásicos y, a pesar de estar escrito en 1968, es lectura formativa para cualquier brasileño. Desgajada de experiencias autobiográficas de su autor –mestizo, pobre en el Río de los años 20– la novela mira con ojos de niño la vitalidad de las gentes desfavorecidas, del barrio.
Zezé tiene cinco años. Es travieso e inquieto y en la nueva casa a la que se muda con su padre y una legión de hermanos escoge un arbolito de naranjas como confidente para el diálogo, un estático amigo al que confía sus pillerías. Poca cosa, unta cera en el paso de peatones, alimenta de canicas al gato y viaja por las calles del barrio carioca en donde vive; barrio limitado, atravesado por la carretera de Río a Sao Paulo que sirve como frontera y deseo. Un Tom Sawyer de favela rodeado no por el ingenuo protocolo del Mississippi sino por una vida difícil, intentando trabajar de limpiabotas, acuciado por problemas que no entiende –la falta de trabajo del padre, la dificultad de sostenerse– y que revierten sobre él. De hecho, la relación con el padre es la armadura de la novela, el hirviente temblor subterráneo.
Porque Zezé es un niño marcado por una especial sensibilidad, una ternura hacia la vida que solo saben ver su tío Edmundo o su profesora, doña Cecilia, personajes secundarios pero especialmente bien perfilados. Sensibilidad que se ofrece en el perfecto reflejo con el que el narrador trata la mente infantil, las sensaciones sobre todo, y en el tono lírico con el que las narra. También en el despliegue, la segunda parte de la novela, de su relación con el portugués, el dueño del coche más bonito del barrio que actúa como un segundo padre en una fluctuación que el desenlace anuda de forma trágica. Las sensaciones de un niño quebradas, esto es, al fin y al cabo lo que entenderán quienes asistan a la presencia de esta novela morosa, impactante, atenta al bascular entre la placidez y el choque de los deseos con la realidad. A los cinco añitos.
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Anterior entrega de libros: “Salvajes”, de Don Winslow.
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