«Un libro que se goza y es necesario para configurar una visión más enriquecedora y atípica de la música popular y Nueva York, dos referentes absolutos de la imaginería norteamericana»
Luc Sante
«Mata a tus ídolos»
LIBROS DEL K.O.
Texto: FERNANDO NAVARRO.
Hay algo en Luc Sante que me recuerda al rock and roll más rupturista, iconoclasta y transgresor. Como si sus artículos, breves, concisos y directos, fueran canciones de los Ramones que se descargan con fuerza y rabia en el bajo Manhattan, sin ánimo de transformar nada, aunque lo hagan, simplemente por pura reivindicación hedonista o goce nostálgico. Canciones que suenan en tu cabeza, mucho tiempo después de ser tocadas, en la duermevela, al amparo de una intermitente lámpara de neón, con el humo de un cigarrillo a medio fumar, la soledad de una calle sucia y repleta de baches en el asfalto con el traqueteo de un taxi sin pasajeros. Canciones que suenan en tu interior para echar abajo los falsos ídolos y mitos. Canciones que, al final del todo, si buceas en ellas, como un perro escarba en busca del deseado hueso, encuentras un profundo romanticismo en el mero acto de escarbar, bucear. Te devuelven una parte de ti casi olvidada.
Con una fuerza narrativa y crudeza inusitadas, Luc Sante nos propone un doble viaje en el libro «Mata a tus ídolos»: primero, por las entrañas de Nueva York; después, por la música norteamericana. El Nueva York del que escribe este extranjero, instalado en Manhattan cuando sus padres dejaron Bélgica, es el que menos se ajusta a las viñetas en blanco y negro de los años veinte o a las bonitas postales a color de los cincuenta. “Me fascinaba el extraño proceso a través del cual la glamurosa ciudad de los años 20 se había convertido en la pocilga entrópica que era mi hogar”, afirma en uno de todos los ensayos que recoge el libro.
Con algo humor negro y nada de complacencia, describe en primera persona, como un auténtico transeúnte vagabundo, algunas de las señas de identidad de una ciudad inaudita para el siglo XX, por su energía y anarquía, por ser la residencia perfecta del viajero intrépido al tiempo que el lugar más incómodo del mundo, pero siempre moderno y espiritual, imborrable para cualquiera que alguna vez ha sentido la llamada de esa fiera metropolitana. De esta forma, toma los temas clásicos de la ciudad (la mafia, el urbanismo, la violencia, las drogas, la música…) y les da un enfoque radicalmente distinto.
Habla del valor oculto de la vecindad en una urbe de paso para tantos soñadores y fracasados, y de lo que es tener vecinos de todas las razas y tribus posibles, aunque se pueda llegar a tomar drogas para no escucharlos. Se refiere a los edificios viejos y derruidos que conoció en los setenta, con más encanto que el actual centro comercial que es Manhattan, rendida a las grandes marcas y corporaciones. “Aquello era una ruina en ciernes, y mis amigos y yo estábamos acampados en mitad de sus fragmentos y sus túmulos. No me angustiaba: más bien lo contrario. La decadencia me cautivaba”, escribe. O cuando se trata de defender el ADN alocado e irrenunciable de la urbe, que alcaldes como el republicano y conservador Rudolph Giuliani ya se encargó de cambiar a base de brutal limpieza y mano dura. “Cruzar con imprudencia es un derecho de nacimiento de los neoyorquinos, un símbolo pequeño pero imprescindible de su independencia y autosuficiencia”, señala como simple pero ilustrativo ejemplo del carácter de república independiente que siempre ha tenido esta ciudad con respecto a Estados Unidos, y al resto del mundo.
La parte musical se disfruta incluso más si el lector gusta del blues, el rock o el jazz. Sante demuestra que, además de un gran observador, es un gran oyente, que intenta captar la importancia de la cultura popular norteamericana en todas sus épocas y estilos. Maravillosos son los artículos dedicados al blues rural, al jazz o a Bob Dylan. Nada de lo que escribe cae en tópicos. El autor, de hecho, vuelve a mostrar su nervio narrativo y su necesidad de manifestar su visión transgresora. Así se puede leer cuando ataca sin paliativos al festival de conmemoración de Woodstock, y salva las distancias entre el original y el sucedáneo. Y muy plausibles son sus recordatorios a The Mekons o las recopilaciones de «The Nuggets», llevadas a cabo por el infatigable Lenny Kaye.
Un libro que se goza y es necesario para configurar una visión más enriquecedora y atípica de la música popular y Nueva York, dos referentes absolutos de la imaginería norteamericana. Luc Sante tiene algo especial. A pesar de su desencanto y su pose de francotirador, termina por hallarse en su escritura un profundo, intacto, romanticismo, como en esas canciones radicales que terminan repitiéndose dentro uno y te acompañan de por vida.
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Anterior entrega de libros: “Las Crónicas de la señorita Hempel”, de Sarah Shun-lien Bynum.