«La carcajada que nos asalta desde el primer párrafo esconde entre líneas asuntos relevantes como un soberbio estudio de la paternidad, del periodismo o de la propia escritura»
Manuel Jabois
«Manu»
PEPITAS DE CALABAZA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Considero a Manuel Jabois el mejor cronista de su generación. Siempre sorprende, tiene puntas de brillantez extrema en su prosa y se deja guiar –conscientemente– por los maestros. En este caso, la crónica se extiende hasta lograrse como libro y relata los meses en los que su primer hijo se iba gestando a la par que las notas que después conformarán el pequeño volumen. Así pues, en una primera lectura tenemos la soltura y la gracia, la retranca gallega atendiendo al origen de Jabois, con la que se relatan las vicisitudes de un padre primerizo. Solo por esto ya merecería la pena. Pero es que hay más.
El libro trata de otros muchos asuntos, escondidos tras el ramaje de su humor. Esa ligereza en la carcajada que nos asalta desde el primer párrafo esconde entre líneas asuntos relevantes como un soberbio estudio de la paternidad, del periodismo o de la propia escritura, a la que compara con un parto. Parte del libro resulta de traspasar la propia escritura del libro. Y como buena crónica, desde luego, es una indagación sobre su generación y sobre sus propuestas, unas propuestas en las que una línea de twitter suena como un golpe en la mesa y tiene más validez que un artículo coherente y estructurado.
Sin embargo, y como hemos señalado, hay el sustrato de los grandes maestros del periodismo español. Aunque se coloca en la misma parrilla que Arcadi Espada o David Gistau, su estilo es lejano heredero de Cunqueiro al arañar en el envés de la actualidad. También coincide con Julio Camba –en 2003 Jabois ganó el premio nacional de periodismo que lleva su nombre– en la pintura impresionista y brillante de las costumbres sociales, la descripción de una noche de casino, por ejemplo, parece escrita por el autor gallego. A pesar de sus pocos más de treinta años Jabois logra cada vez con más ímpetu las dos virtudes del periodista: una lengua viva y refulgente y un fondo denso.
–