«La autora ha decidido volcar su indignación personal en un libro que tiene como motor la convicción de que muchas cosas se están haciendo mal»
Ana María Moix
«Manifiesto personal»
EDICIONES B
Texto: CÉSAR PRIETO.
Desde que Stéphane Hessel ha publicado «Indignaos» parece ser que ha aparecido un buen muestrario de volúmenes que animan de nuevo a comprometerse. Su estela ha dejado un reguero de interrogantes morales, necesidad de acción y conquista pacifica de esa declaración que el autor –de 93 años– ayudó a redactar tras la segunda guerra mundial. A este espíritu se alía Ana María Moix, hermana de Ramón –Terenci– y la única mujer en la antología de los «novísimos» que editó José María Castellet en 1970, estilistas, hondamente pop. Apenas pasaba de la veintena. Hoy en día, ya con sesenta y muchos, ha decidido volcar su indignación personal en un libro que tiene como motor la convicción de que muchas cosas se están haciendo mal. Y no es sólo dejadez o mala fe de los políticos, somos la gente de a pie la que devoramos compromisos, la que ahogamos la marcha de una comunidad.
Explico. El libro realmente hace pagar la dosis de culpabilidad en la crisis a los bancos y los poderes económicos. Exige casi la insumisión y adopta las actitudes que tiene –o debería tener– la izquierda. Pero al mismo tiempo hace culpables a los ciudadanos de la dejadez moral, tan grave es ésta como la económica. Y todo ellos con ejemplos de su barrio barcelonés –el Eixample– y con una actitud de observadora, de cronista objetiva de la sociedad. Es, tiempo después, heredera de Larra a la hora de echar un pulso a la calle, salir y observar. Y acaba desmoralizada.
Observa, pues, a esa niña que tira rabiosa la comida al suelo, a ese adolescente que no entiende que es eso del cáncer que le han diagnosticado a su madre, a ese señor que se preocupa más por la chaqueta que le va sentar bien que por la salud de los suyos. Sí, es cierto, los ejemplos son puntuales y siempre ha existido –Erasmo de Rótterdam, ·Elogio de la locura·, no les digo más– eso que se llama estupidez. Quizás exagere Ana María Moix, pero de vez en cuando va bien un toque de atención.
Bien lo advierte la autora en la introducción, hay un evidente deterioro de la vida pública. Es cierto, pero desde luego también hay conciencia de ello. Ojalá que todos lleguemos a esa conciencia porque es el único modo de propiciar al cambio.
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Anterior entrega de Libros: “Los amigos de Eddie Coyle”, George V. Higgins.