«No es una novela negra, es un descenso a las cavernas más abyectas del horror que derrapa un segundo antes de entrar en la metafísica del mal»
Cristina Fallarás
«Las niñas perdidas»
ROCA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Cristina Fallarás, periodista zaragozana instalada en Barcelona, con carrera en prensa escrita y radio, lleva una década dedicada también a la novela, esencialmente a títulos del género negro. La que presentamos, ganadora de algún premio de esos que se convocan con motivo de convenciones de lo policiaco o por ayuntamientos con querencia por el estilo, tampoco es una novela negra, es un descenso a las cavernas más abyectas del horror que derrapa un segundo antes de entrar en la metafísica del mal. La historia de dos hermanas –tres y cuatro años– desaparecidas en un parque, una de ellas encontrada muerta con indicios de las más crueles perversiones, y de un mafioso de la parte alta de Barcelona que no se defiende ante la extrema rabia que sabe viene a matarlo se encadenan hasta un sencillo y espeluznante final. Apenas se apunta nada más allá de puntos suspensivos que describen unos vídeos, pero lo que se apunta resulta horrible. Victoria González, la detective que en avanzado estado de gestación, se encarga del caso, aprovecha para reflexionar sobre la maternidad.
Hemos hablado de Barcelona, es la ambientación de todas las novelas de la aragonesa, pero aquí resulta una Barcelona levemente fallida, los barrios del centro están perfectamente captados y su topografía descrita a la perfección. El extrarradio son lugares –un centro comercial, las Viviendas Nuevas– que o no existen o se les ha cambiado, sin sentido, el nombre, sin aparente finalidad. Es la zona de donde procede gran parte de los entramados de la novela y poco hubiera costado designarlos como Verdún, Ciudad Meridiana o Roquetas. Única tacha de la novela.
Una novela en la que –sin carga, pero con regusto filosófico– todos los personajes buscan evitar ese tobogán que desciende a los aullidos del mal absoluto. Desde la detective –una perdida chica de barriada—hasta el entramado de madres de acogida, de abuelos perdidos en un mundo ya extinguido, de acompañantes de la detective –Jesús– que coincidieron en un pasado de expectativas periodísticas, del matón Genaro obsesionado tras ver los vídeos por la existencia del diablo, de esa madre biológica que no sale del Hospital de San Pablo y que lo único que tiene es un pasado de niña de quince años. Todo, absolutamente todo, está entrampado por el miedo. Un miedo sin origen concreto, miedo a la simple vida.
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