«No se intenta crear una imagen idílica de esa televisión, de hecho salen muy a la luz las tensiones en un medio azaroso»
Manuel Palacio
«La televisión durante la Transición española»
CÁTEDRA
Texto: CÉSAR PRIETO.
La Transición, pese a quien pese, fue un periodo excepcionalmente productivo en la reciente historia de España; desde luego en el aspecto político, había que crear desde la nada, pero también en música, en artes plásticas –incluyan cómic y fotografía–, menos en cine o literatura, quizás por ser artes más reflexivas y construidas con tiempo, poco afines a “esa sensación de urgencia”. Todo ello está suficientemente estudiado y la bibliografía es ingente, pero faltaba el capítulo de la televisión, así que el volumen que presentamos –que analiza desde aspectos técnicos y sociológicos hasta programas en concreto– demuestra que fue un verdadero motor de cambio, tanto por la voluntad del poder de que le sirviera como ayuda, como por las cuñas que iba asentando, calladamente, el personal de servicio.
Una de las principales cuestiones es qué periodo cubre la Transición; no está aún suficientemente estipulado, pero en el medio que nos ocupa es claro que se puede fijar desde la entrada de Juan José Rosón hasta la de Fernando Castedo, de 1974 hasta 1981 básicamente. Y en este periodo –como el lector supondrá sin racionalizar demasiado_ se fueron colando en la pantalla –solo una claro_ mensajes de ideología progresista en programas aparentemente banales. No solamente espacios hoy olvidados como “Cuentopos” –un musical infantil que representaba con todo lujo de locuras los cuentos en forma de canción de María Elena Walsh o “La Casa del Reloj” –con Pedro Meyer que después tendrá una breve carrera como político de izquierdas– horadaban la ideología de un régimen ya cansado, sino que –pásmense soberanamente, Manuel Palacio detecta un fuerte componente izquierdista en «Curro Jiménez” y rasgos de Chanquete que lo convierten en una contrafigura de Franco.
La visión de programas es amplia, aunque no hay fichas ni detalles más que en modo ensayístico dedica apuntes a «Mundo Pop» –Moncho Alpuente a la cabeza– o «Popgrama»; hasta el “A su aire” que combinaba impecables sets de Serrat con míticos desvaríos de la Jurado o Rosa Morena, guindas entre soldados. De hecho, la parte del recuerdo, de las anécdotas, es mucho más jugosa para el lector ajeno a la investigación que la de los datos técnicos o políticos. Marsillach, Armiñán o Mercero desfilan como inductores de una nueva sensibilidad. Y «La Clave» como materia ética desde la que empezar de nuevo a construir.
Mención aparte merecen no solo los programas de artes y letras –Paloma Chamorro quizás sea la realizadora más citada– sino las series que iban introduciendo materiales sospechosos, cuando no textos de reconocidos republicanos, “Los libros”, “Cañas y Barro” o “Fortunata y Jacinta”, bajo el propósito de mostrar el legado cultural de nuestra lengua oxigenaban el ambiente, al tiempo que eran prodigios de calidad televisiva. De ello es ejemplo el documental en deuvedé que lo acompaña y encadena retazos de la situación social con los momentos más significativos de la programación.
Desde luego, no se intenta crear una imagen idílica de esa televisión, de hecho salen muy a la luz las tensiones en un medio azaroso con el que nadie sabía muy bien qué hacer –ejemplo preclaro, los informativos–, pero es un buen tratado de cómo la luminosidad iba entrando poco a poco. Los activistas de más conciencia social recalaron en los programas infantiles y –quizás sin saberlo– estaban educando a las nuevas generaciones.
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Anterior entrega de libros: “En la orilla”, de Rafael Chirbes.