«Oriol Llopis, qué duda cabe, era un misterio. Un misterio que, en gran medida, y con lagunas, se revela en ‘La magnitud del desastre’ (hermoso título), una suerte de memorias desordenadas»
Oriol Llopis
«La magnitud del desastre. Memorias de un rock critic poco fiable»
66 RPM
Texto: JUAN PUCHADES.
Para quienes nos fogueamos en la lectura de prensa musical a finales de los años setenta, el de Oriol Llopis es un nombre de referencia de aquel periodo, vinculado a revistas como «Star» o «Vibraciones» (estas eran las que yo leía), también de «Disco Exprés» (la frecuenté ocasionalmente), más tarde, ya en los ochenta, de «Rock Espezial» y «Rockdelux» (ambas herederas de «Vibraciones»). Pero, sobre todo, Llopis representaba una forma de hacer periodismo muy personal y contrapuesta a las tres grandes y más sesudas incipientes luminarias del momento y que acabarían creando escuela (Diego A. Manrique, Ignacio Julià y Jaime Gonzalo): vinculado claramente al rock (el guitarrero, preferentemente), echando mano más del corazón que de la cabeza, poniendo emoción en sus escritos, mirando a la calle e incluso enredándose con los músicos (aquel mitificado reportaje en «Star» con los primeros Burning de protagonistas). Además, firmaba en «Vibraciones» la sección de cartas de los lectores y él mismo aparecía ahí, mes tras mes, fotografiado cual inquietante estrella de rock, junto a la vieja jaula de un ascensor, con un cigarrillo en la mano y con un aspecto como de émulo de Keith Richards. Lo veías y te decías, «este tiene que ser un tío de lo más interesante». Vamos, que no era el típico gafapastas tan frecuente entre los que nos dedicamos a esto.
Un día, en las páginas de «Vibraciones», anunció que se iba. Y desapareció. ¡Aquello era muy misterioso! Un par de años después reapareció, más tarde volvió a desaparecer, alguna vez se podía ver su firma en las páginas de «Ruta 66». Oriol Llopis, qué duda cabe, era un misterio.
Un misterio que, en gran medida, y con lagunas, se revela en «La magnitud del desastre» (hermoso título), una suerte de memorias desordenadas (no podía ser de otro modo) en las que un Llopis ajado y lejos de aquel jovenzuelo de mirada arrogante de la foto que recordábamos por «Vibraciones» nos saluda desde la portada, como diciendo «aquí estamos. Estas son las huellas del desastre. Pasen y verán con lo que se van a encontrar». Y no, ni título ni fotografía engañan.
Sin ánimo de desvelar demasiado, y que sea el lector quien descubra la exacta magnitud del desastre, sí que podemos avanzar que, entre lo más jugoso, nos cuenta de un encuentro juvenil con Dalí (del que queda una fotografía con Llopis en pelotas posando junto al pintor surrealista); de la estancia durante un par de años en Paraguay (tras la mencionada despedida de «Vibraciones») con intento de suicido de por medio e ingreso en un manicomio; de su adicción durante años a la heroína; de las interioridades de la redacción de «Rock Espezial» (fantásticas las anécdotas alrededor de un periodista musical de la época, reconvertido en jefe y del que solo se dan unas iniciales invertidas…); la experiencia como guionista del televisivo «La edad de oro»; el tiempo pasado como pintor de paredes (y muralista) en un venido a menos safari park alicantino; su vida actual en Sevilla…
Llopis narra con lenguaje diáfano, casi coloquial (declara que ha llegado a la conclusión de que debes escribir igual que hablas), rápido, sin darle demasiada importancia a casi nada, quitándole hierro a las situaciones más duras (el peligroso episodio ibicenco, con pistola de por medio) e incluso no retratándose demasiado guapo cuando da cuenta de algún hurto, particularmente cuando se dedicó a saquear el almacén de «Rock Espezial» para hacerse con discos y ejemplares de la revista que vendía para pagarse su adicción. Por supuesto que también hay anécdotas del oficio y encuentros con músicos: aunque no entra en detalles respecto a su relación con Burning, sí resulta memorable el relato alrededor de la increíble polla (menguante con los años) de Iggy Pop.
Si alguna vez quedaste impresionado por aquellos escritos vívidos de Oriol Llopis, este es tu libro. Además, debe de ser el primer tomo de memorias que deja un crítico musical (o «rock critic», como él se define desde el subtítulo) español. Vamos, que es toda una muy recomendable rareza. Y además divertido.
–
Anterior entrega de Libros: “Mis páginas mejores”, de Julio Camba.