«Solo los buenos conocedores del género policiaco en nuestro país sabían de la existencia del detective y profesor universitario de literatura Gervase Fen»
Edmund Crispin
«La juguetería errante»
IMPEDIMENTA
Texto: CÉSAR PRIETO.
A pesar de su popularidad en Inglaterra, solo los buenos conocedores del género policiaco en nuestro país sabían de la existencia del detective y profesor universitario de literatura Gervase Fen, una tacha pronta a arreglarse por la editorial Impedimenta que por primera vez traduce una de sus novelas, la tercera de una serie de nueve. Así pues, el lector español puede enfrentarse con un investigador atípico en medio de un Oxford que bascula entre el rito académico y la locura. Ya desde su primera aparición a bordo de Lily Christine III, un descapotable rojo con el que destroza medio campus, Fen se convierte en un personaje magnético, desmesurado, estrambótico, y el lector no duda que cada segundo después de aparecer en escena el cínico protagonista, se va a ver envuelto en un soberbio enredo.
La trama no se aparta del problema imposible y la indagación intelectual, de hecho el género al que podemos adscribirla es “el misterio del cuarto cerrado” y se inicia cuando el poeta Richard Cadogan decide pasar sus vacaciones en su ciudad universitaria y ante la falta de transbordo final en tren, decide llegar por su propio pie. La curiosidad le lleva a entrar en una juguetería abierta de madrugada y la mala suerte le enfrenta a un cadáver. Al volver con la policía la juguetería se ha convertido en una tienda de ultramarinos. Con la resolución del caso ya nos encontraríamos ante una novela más que correcta, pero lo verdaderamente destacable está en otra parte.
Los anglosajones tienen una especial habilidad para retratar persecuciones hilarantes, pensemos en el Harold Lloyd de «Girl shy», en las películas de los Beatles o –el lector perdonará la aparente irreverencia– en Benny Hill; «La juguetería errante» también está plagada de ellas. Hay persecuciones en las calles de Oxford, en la capilla universitaria, en los bares y sobre todo en las dos escenas finales; la Feria de Botley y en especial el cine Colosal son el decorado de episodios llenos de agilidad y de nervio, verdaderos prodigios de alientos sensoriales en los que casi pueden olerse el desinfectante o las frituras.
De la misma forma, toda la novela –recordemos la profesión del detective– está plagada de alusiones literarias tomadas como materia lúdica, desde el misterio que está escondido en un limerick de Edward Lear, hasta las listas de los personajes más odiosos o las obras más sobrevaloradas.
Impedimenta promete ir publicando el resto de referencias detectivescas, una verdadera suerte, pues, será enfrentarse al carisma de su protagonista y dejarse llevar por las risas voluminosas que asaltan en cada página.
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Anterior entrega de Libros: “La hoguera del capital”, de Vicente Verdú.