“Se detiene para ajustar cuentas con compañeros generacionales como The Clash, para quienes no tiene buenas palabras precisamente; recordar a otros como Damned o Buzzcocks, cargar con dureza contra la escena que les nombró abanderados y golpear sin piedad y siempre que se le presenta la ocasión, a su gran bestia negra Malcolm McLaren”
John Lydon
“La ira es energía”
MALPASO EDICIONES
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
El día que tuve noticia de la publicación de este libro, no pude evitar cierta sorpresa y una pregunta: ¿otra autobiografía del amigo Rotten? Tenía relativamente reciente la lectura de «No irish, no blacks, no dogs» en la que ya se despachaba bien con su pasado. Pero es que ya hace dos décadas de aquello, y en este tiempo, el ex vocalista de los Pistols ha vivido mucho y tiene bastantes cosas que contar o más bien que juzgar. En realidad tiene juicios para todo aquel que se ha cruzado en su vida, para todo aquello que le ha ocurrido. Tiene opinión sobre todo. Lo digo ya: si viviera en España, John sería tertuliano.
Y este libro es lo que cualquiera de sus seguidores podría pedirle a su autor. Ni más ni menos. Un repaso a una vida que está dando mucho de sí, desde su más dura infancia, porque el niño Lydon lo pasó mal y aquí se encarga de recordarlo, hasta la actualidad. La enfermedad, esa meningitis que estuvo cerca de costarle la vida, aquellos primeros años entre ratas que le contagiaron la dolencia… todo fue forjando esa personalidad arrolladora que empezó a conocer el mundo entero hace casi ya cuarenta años.
«La ira es energía», excepcional y descriptivo título tomado de «Rise» –una gran canción de Public Image Ltd– no se deja nada en la cuneta. Desde su nacimiento y hasta el día de hoy, traza un camino en el que le da tiempo a detenerse para ajustar cuentas con compañeros generacionales como The Clash, para quienes no tiene buenas palabras precisamente; recordar a otros como Damned o Buzzcocks, cargar con dureza contra la escena que les nombró abanderados y golpear sin piedad y siempre que se le presenta la ocasión, a su gran bestia negra Malcolm McLaren, el que siempre se vendió como el cerebro detrás de los Pistols, una idea contra la que Rotten luchó hasta en los tribunales.
McLaren y su pareja Vivienne Westwood, sobre todo el célebre manager, se llevan la mayor parte de los reproches, cuando aparecen aquí y allá a lo largo del libro. A sus compañeros de grupo, con todos sus más y sus menos, les quiere. Les canta las cuarenta a todos y cada uno de ellos, pero les quiere por lo que han significado en su vida. Sobre todo a Sid Vicious, claro. Al bajista ya le conocía antes de la aventura musical y fue su gran aliado en el gallinero de la banda. De él habla como un amigo de cuya caída en desgracia y pronta desaparición culpa a su pareja, la inevitable Nancy, y a su madre, una heroinómana de la que Sid heredaría lo peor.
Pero es que más allá de su primera banda, que ocupa buena parte de la primera mitad del libro y de su posterior y más que interesante proyecto, protagonista de la segunda, Lydon es un personaje popular, muy popular, que, entre otras cosas, en su calidad de famoso, ha participado en reality shows televisivos, ha hecho anuncios publicitarios… Bueno, pues no teman, porque en estas más de seiscientas páginas no deja nada de lado. No esconde nada, se arrepiente de muy poco y eso también hay que valorarlo.
Por cierto, su adolescencia como «hooligan» le presenta aquí como un gran seguidor del Arsenal. Ni que decir tiene que su entrenador Arsene Wenger, seguramente demasiado estirado para él, tampoco se escapa de algún dardo envenenado. Lo que no sospechaba es que el autor iba a confesar que en su juventud, sus episodios sexuales apenas superaban la duración de «God sabe the Queen», pero es que, ya digo, no oculta nada y, que quieren que les diga, es divertido, terriblemente divertido.
Por cierto, esta ametralladora de palabras tiene corazón y se lo demuestra a Nora, el amor de su vida. Con ella sigue compartiendo una existencia con la que está muy contento. Y esa es una de las conclusiones que me llevo del libro. Como sospechaba, Lydon está encantado con su vida y lo plasma casi al final con una frase brillante y definitiva a modo de resumen: «Consigo meterme en todo tipo de fregados, por lo general creados por mi».
Y si se preguntan por el aspecto formal, vamos, cómo cuenta todo esto, les diré que poco se puede añadir cuando hablamos de una obra que viene precedida de una nota editorial que te avisa de que la prosa de Lydon a veces no se ajusta a las convenciones gramaticales. Además, él mismo reconoce que piensa más rápido de lo que escribe. Aquí todo está acelerado. Es punk, amigos. Y si, me gusta.
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Anterior crítica de libros: “La canción de la bolsa para el mareo”, de Nick Cave.