«Como la vida, a veces es intensa, a veces aburrida, es fracaso y desencanto y también a veces hondamente real»
Miguel Ángel Ortiz
«La inmensa minoría»
RANDOM HOUSE
Texto: CÉSAR PRIETO.
Imaginen cuatro chavales de barrio –son de la Zona Franca de Barcelona, pero podrían ser de cualquier sitio–; imaginen sus familias y su instituto, sus bares y los equipos en que triunfan, las calles que los marcan y la sociedad que los envuelve, en este caso la que bascula entre los triunfos de la selección y el 15-M; tendrán con ello la segunda novela de Miguel Ángel Ortiz, tras “Fuera de juego”, un impresionante fresco que colorea esas vidas en que la rutina significa supervivencia, en las que no hay trama, la trama es siempre un lujo de los pudientes, y a duras penas existe un tiempo que discurre y un espacio que recorrer. Así que encontrará el lector una narración que no relata, que no avanza, llena de diálogos que cauterizan pero no resuelven.
Siguiente trampa: la apariencia es la de una novela juvenil; el hecho de que sus protagonistas vayan cumpliendo dieciséis años a medida que avanzan las páginas puede ser motivo de prejuicio y se engañaría el lector. Cierto es que los espacios coinciden; pero a la manera de películas como “Barrio” la áspera descarga contra la realidad tiene la mecha en los jóvenes, más desprotegidos, más ilusionados. No es una novela juvenil, es una novela social.
Quizás lo de menos sean sus amoríos, su obsesión por Extemoduro, sus visitas a zonas como la Villa Olímpica, los centros comerciales o bares como el Ceferino –una institución del rock barcelonés–, sus cigarrillos, y lo de más sea el personaje colectivo, el engranaje de unas esquinas en las que lo que le ocurre a cualquier vecino tiene inmediata repercusión en todo el entramado, pequeño, cercano. Y apartado de una Barcelona cosmopolita que vende diseño y olvida a sus gentes. En ellos discurre la vida de forma insegura, sin buenos y malos, con enfados absurdos y compañerismo honesto, sentimiento y crónica es lo que sostiene las páginas.
Las páginas tienden a veces al costumbrismo –desfilan afiladores, los bares durante el mundial, vecinos en la terraza– y a veces a la denuncia –una cadena humana contra la policía, centros médicos, manifestaciones–. Sin embargo el autor no logra mantener el pulso en todas las páginas, cuesta creer que tanta maravilla tecnológica esté en manos de chavales en cuyas casas no entra un sueldo o ese narrador en primera persona con un estilo florido y oxigenado. Alguien que tiene problemas para aprobar no puede escribir una novela.
Aun así, en ocasiones la tensión toma impulso y nos enfrentamos a páginas de calado, a partir de la celebración de la Navidad lo que parecía un reportaje insustancial toma músculo: los partidos de fútbol tienen aire épico, la muerte del padre del Pista adopta tonos de tragedia. Y sobre todo el Legis, el personaje mejor construido, ese utillero del Iberia que vive en un R19 y adopta el papel de conciencia, de memoria de la dignidad de una Barcelona que hace nada aún vivía en barracas, aquella en la que nació la Carmen Amaya, presencia importante al final de la obra.
Se lee con agrado y deja poso; ciertas reticencias se ablandan al reconocernos en la historia, bordea en muchas ocasiones la perfección en sus resultados y, como la vida, a veces es intensa, a veces aburrida, es fracaso y desencanto y también a veces hondamente real.
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Anterior crítica de libros: “Estricnina. Fanzine de ruidos y danzas (1982-1984)”, de Rafa Cervera.