«Verdú propone una excursión serpenteante que recorre todos los posibles elementos que han concurrido para abocarnos a esta situación de peliaguda crisis económica, política y social: que se puede resumir en que ser persona es un insolente atrevimiento que atenta contra el buen funcionamiento de la economía»
Vicente Verdú
«La hoguera del capital»
TEMAS DE HOY
Texto: JOSEMI VALLE.
Con una prosa de alto octanaje retórico y epatante belleza, una escritura que se pasea por lo poético y lo analítico, Vicente Verdú propone en «La hoguera del capital» una excursión serpenteante que recorre todos los posibles elementos que han concurrido para abocarnos a esta situación de peliaguda crisis económica, política y social (que se puede resumir en que ser persona es un insolente atrevimiento que atenta contra el buen funcionamiento de la economía), el análisis pormenorizado de un tiempo que fenece y que nos entrega a otro que poco a poco empezamos a desprecintar. Lo hace a modo de mosaico, callejeando por realidades heterogéneas tupidamente interconectadas que dotan de contenido la eventualidad de vivir.
Verdú relee las causas multifacéticas de la gran crisis (hipotecas subprime, entidades bancarias quebradas, delincuencia financiera, estados extorsionados por la especulación depredadora, desorientación vital en la escala de las cosas importantes, etc.) como la lujuria del crédito, la patología de la abundancia, el universo del delirio, la descomposición de la política, la aceleración hipertrofiada destinada a conquistar el beneficio crematístico e incrementarlo mágica e insosteniblemente en cada ejercicio, la necrosis de la Unión Europea. Las soluciones para salvar al paciente de una enfermedad tan inclemente y poco nítida no han servido para nada, como ya insistía en su obra anterior «El capitalismo funeral»: «No saber con certeza lo que pasa, no poder explicarnos cómo el sistema ha engullido tal cantidad monetaria sin ganar o mejorar su debilidad, denota que su raquitismo no halla salvación en la medicina convencional».
A pesar de la imposibilidad de vaticinar nada («el máximo seguro es la seguridad de lo incierto», certeza que explica por qué los economistas han errado en el pasado inmediato y yerran una y otra vez en sus hechiceras predicciones), el autor intuye nuevos escenarios en los que la emoción y la vinculación social serán los protagonistas de la vida de las personas. La tecnología, sobre todo la destinada a afinar la comunicación, y las redes sociales transparentan el deseo innato de la conectividad, la inercia genética a relacionarnos con los demás, a ser y estar con otros seres, a la interacción con el otro como manera de ser felices y extender posibilidades.
Se auguran nuevos y humanizados horizontes donde el dinero en su vieja acepción tendrá una mera presencia subsidiaria. El conocimiento, los goces estéticos, las relaciones personales («la degustación del otro»), las compensaciones afectivas, un progreso de contenido humano (hay que decantarse entre «el crecimiento de las rentas o la rentabilidad de la vida»), ocuparán lugares de privilegio en la jerarquía ética de las personas del nuevo tiempo poscrisis. El ensayo es una loa a la cooperación, a recordar que la humanidad solo se ha superado a sí misma cuando ha aunado fuerzas para la construcción de espacios colectivos de prosperidad. La solución no es una revolución. Es una colaboración. «No es el fin de la Historia, sino el principio de Otra Historia. Una historia inédita que mediante la metamorfosis llevará a un porvenir más saludable y empático, mas cariñoso, complejo y vecinal».
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Anterior entrega de libros: “Ahora que me acuerdo”, de Julio Castejón.