“Una rareza en la producción de Roth, una enorme astracanada que pone en solfa el sistema americano tomando como excusa la pasión por este deporte”
Philip Roth
“La gran novela americana”
CONTRA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Auge y caída de los Ruppert Mundys, el equipo que arrastró a la perdición a la Liga Patriota de béisbol en Estados Unidos. Lo malo es que el auge es debido a unos cereales mineralizados que prepara un pequeño genio de diecisiete años y la caída es una ópera bufa en forma de juicio anticomunista. Con estos mimbres Philip Roth escribió en 1973 “La gran novela americana”, que extrañamente –para un escritor que aparece en los diarios semana sí y semana también– no había sido traducida, excepto en una extraña y deficiente edición argentina de Emecé que incluso cambió el título por “La caída de los ídolos”.
Así que nos encontramos con una rareza en la producción de Roth, una enorme astracanada que pone en solfa el sistema americano tomando como excusa la pasión por este deporte. Así se inventa una liga y unos héroes que resultan sumamente hilarantes, tullidos, alcohólicos, jóvenes que echan de menos la granja de sus papás, enanos… que conforman un equivalente en pequeña sociedad al periodo final de la guerra fría. Eso sí, el lector ha de tener a mano un manual con la terminología y las reglas del juego, porque si no es de imposible lectura. La abundancia de jardineros, barridos, estadísticas o ‘homes’ hace que la única inconveniencia del libro sea que a la que llevas cinco páginas con la descripción de un partido, el grado de concentración baje en barrena.
Y es una lástima, porque la traducción de David Paradela López resuelve bien estos aspectos y los constantes juegos de lenguaje en los que irrumpe –atentos a lo simbólico del nombre– Word Smith, antigua figura del periodismo deportivo. Desde un asilo, Smith –llamado Smitty– intenta poner en claro la destrucción de esa Liga Patriótica por una conjura en una obra que sabe prohibida de antemano y que guarda a buen recaudo en su abrigo de nonagenario. Así que desde la expropiación del campo de juego de los Mundys como punto de embarque de los soldados que van a la Segunda Guerra Mundial hasta un juicio de pura caza de brujas, la novela que tenemos entre las manos es una crónica y la labor periodística de toda una vida.
Es una novela de estampas, eso también. Cuando Roth se embarca en una digresión se nota una enorme desfachatez y se lo parece pasar de fábula. Y en ellas sí que el lector puede perfectamente llegar de la sonrisa a la carcajada. Por lo menos, yo me he dejado llevar de manera muy gratificante. Así nuestro periodista y su chica –una joven estudiante– pasa unos días con un bravucón Hemingway en una barca de pesca en Florida y debaten sobre escritores; Gil Gamesh –el mejor jugador– tiene choques continuos con el árbitro Mike el Bocazas; Alias Damur –de catorce años, loco porque le pongan un mote– es llevado a un servicio de señoritas que le cantan nanas y le cambian pañales, por supuesto prohibidas por el Estado.
Estas situaciones son lo que un lector hispano valorará más, acostumbrado al esperpento y a la parodia. Así el enfrentamiento entre el equipo y un manicomio en un partido benéfico retrotrae al inicio de “El misterio de la cripta embrujada”, que tantas alegrías ha dado al lector de Eduardo Mendoza. La llegada a los estadios en un camión de la basura por recortes presupuestarios, el jugador que embadurna la pelota con secreciones corporales o el vestuario que está pared con pared con el matadero son también aciertos en esos accesos de desbordados absurdos de una novela poco reconocida en la carrera de su autor, pero extremadamente audaz y original.
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Anterior crítica de libros: “Diarios (Tercer volumen, 2008–2010)”, de Iñaki Uriarte.