Libros: «La calle Great Jones», de Don DeLillo

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«Los lectores que se acerquen a la tercera novela de Don DeLillo –nunca traducida al castellano hasta estos días– y sean aficionados al rock vintage asistirán a un animoso y bien pinturero inicio»

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Don DeLillo
«La calle Great Jones»
SEIX BARRAL

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Los lectores que se acerquen a la tercera novela de Don DeLillo –nunca traducida al castellano hasta estos días– y sean aficionados al rock vintage asistirán a un animoso y bien pinturero inicio; enfoco más bien a los devotos de las estrellas de rock de los sesenta y los setenta, aquellas que llenaban estadios y escandalizaban, que es bastante diferente la presencia de los Doors y de Honeybus en esos tiempos. Verán entonces a Bucky Wunderlick en una gira multitudinaria, llenando estadios y explotando los amplificadores, y de golpe, sin pensarlo, lo seguirán en el abandono de toda teatralidad y en el refugio de un cochambroso apartamento de la calle que da nombre a la novela, intentando permanecer junto a su novia Opel, que no aparece sino al cabo de varios días, y observando con delectación un cuartel de bomberos en la acera de enfrente, una nevada que cubre el alféizar y una calle donde danzan en teatro gente del submundo. Un inicio explosivo con el tema clásico del retiro del mundo.

La novela no continúa con estos parámetros. Todo empieza a adquirir un dinamismo de bola de nieve cuando aparece en escena un pequeño paquete que tanto puede contener una potente droga con la que el gobierno está experimentando como unas cintas que Bucky ha grabado en su refugio de la montaña y que se están masterizando con cuidado para hacer resurgir la leyenda. Ese cuartucho y ese paquete van a ser los ejes sobre los que gire toda la historia, estática pero extrañamente acelerada, llena de horas de quietud y horas de movimiento estrambótico. Apenas se sale de la habitación más que levemente, y en la primera salida –Bucky requiere comida– la calle adquiere esos destellos de glam en los callejones que recuerdan la portada del “Ziggy Stardust”. No en vano está escrita en 1973.

El elenco tampoco es despreciable. En la planta superior un escritor sin éxito que lo intenta con pornografía escrita para niños o con libros para millonarios, en la inferior la viuda del antiguo portero y su hijo con una enfermedad mental severa y vegetativa. No es para tirar cohetes. En el exterior, una especie de secta que quiere devolver la privacidad los americanos, toda la cohorte de management que llevaba las finanzas del grupo, periodistas de estupidez supina y un extraño doctor Pepper que aparece siempre disfrazado hasta que él mismo se desvela para analizar pulcramente la droga hurtada.

Comprenderán ustedes que con estos mimbres la novela puede dar mucho de sí, y de hecho lo da cuando se llega a las últimas páginas y se rebobina todo hasta llegar a entender el texto como un batiburrillo de piezas que al final encajan en su lugar. La acusación que se le ha hecho de mera acumulación de episodios sin eje es falsa; hasta esa extraña fiesta de cumpleaños por la que desfilan personajes a cual más estrambótico, el piso pintado de color acero donde lo lleva el doctor o la excursión a la calle que le revela imágenes dantescas son necesarios. Un mundo de sueños desgajados que está entre nuestro esperpento, el universo de los mad doctor’s, las novelas de Fu Manchú, Peter Sellers y las estrategias pulp. No se dejen llevar por el nivel profundo de la novela que tiene como tema ni más ni menos que el lenguaje, ni por el sangrante despelleje de la contracultura; léanla como fresco de lo que fue cierta época de desmadre músico-industrial. En ello no tiene precio.

Anterior crítica de libros: “Mujeres y música. 144 discos más que avalan esta relación”, de Toni Castarnado.

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