«La narración es íntima, sentimentalmente convencional: de hecho la pretensión es hacer un homenaje a sus primeras lecturas y darle un aire «pulp» a la historia»
Stephen King
«Joyland»
RANDOM HOUSE MONDADORI
Texto: CÉSAR PRIETO.
Stephen King ha sido tradicionalmente ninguneado entre quienes han decidido el canon del siglo XX. Seguramente ello es debido a que el literato de Portland no es un novelista destacado, pero sin embargo es el más excelente narrador que han dado las últimas décadas. No viene a ser lo mismo, en un novelista prima todo lo que rodea a la historia, en un narrador de oficio la historia es la que se lleva los primores, es la que te cautiva y aunque el vestido puede ser magistral y de hecho se necesita para que se pueda construir algo magnético, el lector no lo percibe. Una novela cuesta de ser llevada al cine; una narración no puesto que la traslación es más directa y comparte mucho lenguaje con lo visual. Así, costaría –por citar una novela recién reseñada aquí– dirigir una versión fílmica de «Rayuela», pero tanto «El resplandor», como «Misery», como «Carrie», como «Los chicos del maíz» son inconmensurables películas.
La reciente novela del estadounidens sigue esta estela en un extenso flash-back; Devin Jones, ya en el declinar de su vida, recuerda un fracaso amoroso que lo dejó marcado y cómo quiso resolver su angustia cambiando la Universidad por el trabajo en un parque de atracciones, Joyland. Ahí lo tenemos, otra novela de King en la que la ambientación recorre lugares de consumo popular entre los estadounidenses. Como en el Bradbury de «La feria de las tinieblas», un lugar de diversión infantil adquiere una patina maligna, aunque aquí no hay tanto épica demoníaca como un sencillo asesinato no resuelto. De hecho, es su novela más conectada con la obra del escritor de ciencia ficción fallecido el año pasado, no tanto por este argumento sino por el estilo, un costumbrismo nostálgico, una mirada triste pero tierna, no angustiada sino serenamente melancólica.
Es en una pequeña ciudad costera de Carolina del Norte donde se sitúa la entrada en la madurez de Devin en este relato de iniciación, una ciudad en el que otro de los vértices es la pensión de Emmalina Shoplaw en donde se aloja, allí recibe informaciones de las dos ancianas que la ocupan habitualmente y escucha la música que define su carácter. El lector de EFE EME sentirá que se reconoce en un protagonista que escucha a Hendrix, The Doors, The Beach Boys o Pink Floyd, en algún caso se despliegan desarrollos sobre este espíritu, esa música y estas vivencias. La época que el recuerdo fija es 1973 y el atento a cronologías musicales sabe que, aunque cercanas, esas referencias no corresponden –en su mayor nivel de actualidad–, a ese año. Pequeños anacronismos –como el que hace aparecer unos walkmans años antes de que la Sony los inventase– que no desfiguran la trama.
Porque lo que importan aquí son los personajes, la figura bien definida del protagonista, de cómo se va integrando en el ambiente del parque, y de todos los secundarios –amigos, compañeros de trabajo, familiares–, algunos mejor trazados que otros. ¿Y el misterio?, dirán los lectores habituales de Stephen King, pues aparece en un grado menor, muy a cuentagotas y de manera poco aterradora, como si «El sexto sentido» se desvelase muy en la sombra. Que esto no aleje a sus fans, que sepan que la narración es íntima, sentimentalmente convencional –de hecho la pretensión es hacer un homenaje a sus primeras lecturas y darle un aire «pulp» a la historia–, que su carácter de suspense la desvía hacia lo policiaco y que el final es de llanto. Pero que tampoco olviden que sigue siendo un maestro y que la publicación ya cercana de «Dr. Sleep» (la continuación de «El resplandor») no sería justo que la dejara en el limbo.
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