«Parte de la premisa de que odiamos a Mick Jagger o, por lo menos, no nos lo creemos, que su actitud distante y próxima a la jet set ha destruido su imagen y ha sido Richards el que se ha hecho con el cariño del público y con el título de ‘auténtico’, mientras que el vocalista de los Stones ha quedado reducido al papel de tacaño solitario y cínico»
Marc Spitz
«Jagger. Rebelde, rockero, granuja, trotamundos»
ALBA
Texto: JUAN PUCHADES.
Marc Spitz parte de la premisa de que odiamos a Mick Jagger o, por lo menos, no nos lo creemos, que su actitud distante y próxima a la jet set ha destruido su imagen y ha sido Keith Richards el que, a lo largo de los años, se ha hecho con el cariño del público rock y con el título de «auténtico», mientras que el vocalista de los Stones ha quedado reducido al papel de tacaño solitario y cínico. Todo cierto. Pero tras leer el libro de Spitz, no es que cambie nuestra percepción de Jagger, la idea prefijada continúa siendo la misma. Es más, la introducción parece sugerir que vamos a asistir a la reivindicación de Sir Mick como músico («Él ha tocado todos los instrumentos. Fue la armónica de los Rolling Stones desde que competía por el puesto con el difunto Brian Jones en 1962. Escuchemos el solo malévolo al final de la versión en directo de ‘Midnight rambler’ si queremos oír el sonido de un instrumento tocado por alguien que nació para ello, por un músico») y como ser humano («Pero Mick Jagger, precisamente por toda su vida ‘jestsetera’, es ese hombre corriente: vulnerable, perspicaz, escéptico, nunca del todo comprometido con algo tan monolítico como el rock and roll»). Pero no. La conclusión final es que Spitz no ha conseguido que cambie nuestra imagen sobre él o que descubramos cuáles son sus cualidades más destacables. Sí se nos cuenta que es un tipo inquieto en lo musical, la figura clave para darle bríos extrarockeros al grupo, que sigue siendo un gran vocalista de blues cuando se lo propone y que en el cine no ha encontrado su sitio aunque ha apostado por proyectos independientes, pero todo eso ya lo sabíamos o presuponíamos. Eso sí, el libro abunda en información y desarrollo teórico.
Sostiene Spitz que la amistad con Richards acabó cuando Mick se acostó con Anita Pellenberg durante el rodaje de «Performance», en 1968, que en ese momento se abrió una grieta de desconfianza que nunca ha sido reparada. También asegura que el tamaño de su pene (motivo de la última disputa) no es tan exiguo como asevera Richards en sus memorias y que se atiene a los estándares, que su irse hacia la jet set y a las bandejas plateadas de cocaína fue como un corte de mangas a la espiral heroinómana de su socio (esto sí que tiene sustancia e importancia histórica), al que no comprendía. También cuenta de sus apetitos y barrabasadas sexuales: el polvo con Mackenzie Phillips, hija de su amigo John Phillips (que en todo caso sería superado cuando se supo que padre e hija mantuvieron relaciones sexuales durante años); su falta de complejos en perseguir y acostarse con las novias de sus amigos: una de sus primeras víctimas fue Brian Jones, una de las más sonadas Brian Ferry, otra Eric Clapton (cuando Jagger «le robó» a Carla Bruni).
Hay momentos realmente reveladores de las relaciones entre Jagger y Richards, como el narrado por Vernon Reid, guitarrista de Living Colour, cuando conoció a un afectuoso Keith Richards al que la cara le cambió completamente al mencionarle el nombre de Mick Jagger. Y es que todo parece girar alrededor de la singular relación entre esos dos señores que han mantenido navegando, durante cincuenta años ya, un barco que en otras manos hace décadas que hubiera naufragado. Pero, en realidad, ni las memorias de Richards ni esta biografía de Jagger nos ayudan a desvelar las verdaderas razones del misterio de tal unión. Y, por lo que parece, Mick no tiene el menor interés en dejar por escrito sus recuerdos y pensamientos, así que nos quedaremos sin conocer sus argumentos, máxime cuando sus declaraciones a la prensa suelen ser parcas y muy meditadas. En todo caso, este es un libro esencial para vislumbrar algo más de cerca el mito Jagger, el mito Stones, aunque Spitz no consiga modificar la imagen pública del casi setentón Mick.
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