“Ha logrado indagar y extraer momentos imprescindibles que nos adentran en el epicentro de una obra tormentosa y torrencial”
Darío Manrique
“Honestidad brutal o la huida hacia delante de Andrés Calamaro”
LENGUA DE TRAPO
Texto: JUAN PUCHADES.
Que “Honestidad brutal” (1999) es una de las grandes obras del rock en castellano, lo sabe cualquiera. Incluso una de las imprescindibles del rock, a secas. Hasta su autor, Andrés Calamaro, lo sabe, aunque de un tiempo a esta parte es como si la alargada sombra de ese álbum (y de “Alta suciedad”) le hubiera incomodado de tal modo al recurrir constantemente a él cuando la prensa analiza su obra posterior, que si no reniega, casi. En parte tiene razón: parece que los escribas musicales hubiéramos quedado varados en aquel doble cedé, dieciséis años atrás, y esperáramos con ansiedad otra “Honestidad brutal” a cada nueva entrega discográfica suya, algo imposible, pues, como cantaba Litto Nebbia, “el compositor no se detiene”. Y así el tiempo ha llevado a Calamaro por otros lugares, no necesariamente peores, simplemente distintos, en una evolución que hace imposible el regreso al pasado. En lo que no tiene razón es en enfurecerse (generalmente desde su siempre vehemente cuenta de Twitter) cada vez que alguien recupera “Honestidad brutal” o “Alta suciedad”, dando por hecho que con ello se desprecia o ignora lo que vino después. No necesariamente es así. Pero, aunque lo fuera, bien orgulloso debería sentirse de aquel doble álbum (y de “Alta suciedad” o los discos firmados con Los Rodríguez), hito al alcance de muy pocos.
Por otra parte, Calamaro huye de los libros sobre él o su obra como quien escapa de la parca (pocos artistas parecen tan obsesionados con la opinión de la crítica, tan vulnerables a las opiniones negativas, tan refractarios a que se indague en lo vivido). Quizá por ello, cuando la bibliografía alrededor de su obra, a estas alturas y dada su importancia e influencia en ambas orillas atlánticas, tendría que ser bien abultada, por el contrario, es prácticamente inexistente. Por ello adquiere mayor valor si cabe este volumen de Darío Manrique alrededor de “Honestidad brutal”, con el que le ha echado arrestos y asumido que quizá podría molestar o destapar la caja de los truenos, pero que ha entendido había que escribir. Que “Honestidad brutal”, más allá de lo que opine su propio creador, merece una reconstrucción histórica y una aproximación ensayística.
Darío nos introduce en la gestación del disco, desvela datos esenciales aunque, ay, no todos los que quisiéramos: tanto Calamaro como su entorno guardan silencio sobre muchas cuestiones o anécdotas que probablemente duerman para siempre el sueño de los justos. Pese a ello, el periodista ha logrado indagar y extraer momentos imprescindibles que nos adentran en el epicentro de una obra tormentosa y torrencial que acabaría por renovar completamente el rock en castellano, marcando un punto de inflexión. Vemos a un Calamaro que cruza países arrastrando maletas cargadas de cintas, que graba con intensidad a la búsqueda de un disco que va creciendo a ojos vista, que crea música en el mismo estudio, que defiende el sonido crudo del álbum y su monumentalidad (con él al timón “para buscas las grabaciones más locas y lúcidas”). El lector es testigo de todo ello, acompañado de reveladoras declaraciones de muchos de quienes, de un modo u otro, participaron de aquel irrepetible viaje sonoro.
Con un estilo sintético y ágil, casi levantando acta, Darío Manrique arroja los datos, pero cada tanto rompe el formalismo recurriendo a la necesaria opinión personal, al apunte esclarecedor y enriquecedor. Vemos cómo “Honestidad brutal” va levantándose ante nosotros y en un suspiro, casi sin darnos cuenta, alcanzamos las últimas páginas de un libro que deja la sensación amarga de saber que detrás de ese álbum hay más. Pero, al menos, ahora se han aclarado muchos datos, se han abierto algunas puertas que parecían cerradas para siempre y ha entrado luz por ellas. Es este un volumen, por tanto, necesario e imprescindible, que alguien tenía que escribir.
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Anterior crítica de libros: “Todas las canciones”, de Luis Alberto de Cuenca.