“El secreto cofre en forma de libro que presenta Malpaso resulta impúdico: en otro no importarían los garabatos que dejó, en Curtis es lo esencial”
Ian Curtis
“En cuerpo y alma. Cancionero de Joy Division”
MALPASO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Siempre he tenido el pálpito de que entre las decenas de caídos en el mundo del rock Ian Curtis era especial. Sólo ahora, pensando en la reseña, me estoy dando cuenta del motivo: si en cualquiera de los mártires al uso nos preocupa más lo de fuera, las circunstancias, el producto, en el cantante de Joy División se reclama la atención hacia adentro, hacia la piel. Si de Brian Jones se ha hablado hasta del color de la piscina, del autor de “Decades” cabría saber el brillo de sus ojos. Es por ello que el secreto cofre en forma de libro que nos presenta “En cuerpo y alma” resulta tan impúdico: en otro no importarían los garabatos que dejó, en Curtis es lo esencial.
Así pues, se ha rescatado el archivo personal que dejó tras su muerte. El volumen que presentamos no es una antología de las letras de Ian Curtis, propósito que ya cumplió hace años la editorial “Fundamentos”, es un rescate de las libretas donde apuntaba las letras de forma manuscrita que se reproducen como facsímil; empresa radicalmente diferente y necesitada de un equipo en el que se vayan escuchando las canciones a medida que se lee para volver a darse cuenta de su melodramatismo opaco, su encriptado contenido político y su cierta evolución.
Si fuera así, ya tendría sentido la espléndida presentación del tomo, pero es que además se completa con ingente material arañado de esa habitación azul donde escribía, papeles presentados en un estremecedor prólogo por la que fuera su esposa y autora de su biografía oficial, Deborah Curtis; un inicio brutal, tanto como el de cualquiera de sus discos. Es un retrato en el que se palpa el temblor en cada palabra: como conoció al adolescente Ian Curtis en un balcón, como buscaron poco a poco una intimidad, su pulcritud al trabajar, como vinieron los mazazos. El segundo prólogo, de Jon Savage, asiste al proceso de gestación de ‘Love will tell us apart’, sus capas de melodía y su letra, su fértil contacto con la literatura, su forma de trabajar en los ensayos. Apenas unos cuantos párrafos entre todo, pero más jugosos que una biografía de quinientas páginas.
El resto, todos sus documentos volcados. Octavillas, fanzines, su primera entrevista, el primer aniversario de Factory en una crónica que destaca un concierto primerizo de OMD. De todo ello, me han atraído un par de capítulos; el primero el de su biblioteca, de la que se reproducen las portadas. Se debería partir de ella –como siempre– para entender su mundo estético, ya que su esposa apunta que la lectura, febril en él, era también periodo de trabajo y que no aceptaba que se le molestara. A lo reconocible en sus textos, Rimbaud, “La naranja mecánica”, quizás Artaud, se alían carátulas aparentemente fuera de su mundo como Sartre o Warhol.
Lo segundo, las cartas de fans, que también se muestran, alguna tan desvalida que resulta estremecedora y que de nuevo lleva a pensar cómo siete lustros después, las sensaciones que despierta el músico de Manchester entre sus seguidores siguen siendo básicamente las mismas. Quizás –repetimos– junto a Kurt Cobain, porque su obra nace en las aguas que le bullían por dentro, en lo que no se dice. Y el misterio siempre embelesa.
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Anterior crítica de libros: “Pequeño circo. Historia del indie en España”, de Nando Cruz