Libros: «El viajero de Leicester», de Juan Pedro Aparicio

Autor:

«Un mundo en el que los sueños adoptan una entidad casi psicotrónica y llegan a veces a puntas de terror»

Juan-Pedro-Aparicio-17-12-13

Juan Pedro Aparicio
«El viajero de Leicester»
SALTO DE PÁGINA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Aunque sin duda resulte simplificador, es cierto que los narradores leoneses de finales del siglo XX poseen ciertos rasgos comunes; desde luego la presencia de calas fantásticas, también un cierto tono de benevolencia esperpéntica en las escenas, la irrupción marcada de lo onírico o la aparición de personajes de carácter extravagante. También comparten el hecho de desplegar su obra en múltiples editoriales y poseer, así, curiosidades bibliográficas. Merino, Mateo Díez, a veces también Llamazares, y Juan Pedro Aparicio convierten su territorio en un ámbito de costumbrismo mágico. Estas características las había llevado a su extremo Juan Pedro Aparicio en una obra que había permanecido olvidada desde su aparición original, “El viajero de Leicester”, una novela corta editada por el Centro de Estudios Ramón Areces –una entidad de estudios capricho del fundador de El Corte Inglés– para una colección que no tuvo continuidad.

El relato, ahora reeditado por Salto de Página, enfrentará al lector a un mundo en el que los sueños adoptan una entidad casi psicotrónica y llegan a veces a puntas de terror. El marco no puede ser más clásico, el manuscrito encontrado, en este caso discurso, puesto que es un viajero español a esta ciudad del centro de Inglaterra quien transcribe la historia que le cuenta un compañero de viaje para justificar su marcha de Lot, trasunto de la ciudad de León.

No sé si recuerdan ustedes la película de Chicho Ibáñez Serrador “¿Quién puede matar a un niño?”; pues bien, la base argumental que recorre el relato es ésta, una banda de niños que se dedica a asesinar cruelmente a adultos, de la que el viajero exiliado –Vidal Ocampo– logra escapar. En su recorrido pasa por una ciudad fantasmagórica, que conserva su trazado urbano pero en la que, tras el simple doblar de una esquina las estatuas han bajado de sus pedestales y se abren fosos enormes.

Lo desasosegante de los niños resulta su carácter insensible, la absoluta gratuidad de sus actuaciones agresivas y su presencia continua. En las calles, en la casa de la montaña donde Vidal ama a Cristina –otro leit motiv de la novela–, en la procesión de Breogán, en las casas particulares; los niños son un hervidero. También el dibujo de los secundarios es perfectamente efectivo, el disminuido Viranda, el escritor o su maestro de primaria, don Millán, aparecen inesperadamente para hincar en la narración una lógica que parece irracional pero que se acepta sin cuestionar. La misma procesión de Breogán, donde se cierra el círculo de búsqueda, bajo patrones etnográficos esconde una lentitud, una ruptura de los tiempos y los espacios que llega a inquietar.

Hay mucho de la obra de Ballard en esta distopía, me ha recordado mucho a “Compañía de sueños ilimitada” en el aire malsano que poseen algunos episodios aparentemente inocuos. Lo cierto es que el escritor leonés ha conseguido una rara avis dentro de la literatura española que atrae y aterroriza con la misma solvencia que cualquier escritor anglosajón experto en el género.

Anterior crítica de libros: “Jane & Serge. A family álbum”, de Andrew Birkin.

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