Libros: “El sonido y la perfección”, de Greg Milner

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“Hemos de partir de dos premisas: la primera, una grabación de música no es música; será, si acaso, unas protuberancias en un surco o unos cuantos millones de unos y ceros, pero no música. Segunda: perfección no significa veracidad ni fidelidad, en el caso de la música significa acercarse a un ideal o a un modelo estético, no duplicación”

 

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Greg Milner
“El sonido y la perfección”
LÉEME

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Para captar con seguridad y aprovechamiento los despliegues explicativos de esta obra, traducida al castellano un lustro después de su aparición en librerías estadounidenses, hemos de partir de dos premisas, aseveraciones que casi es ridículo señalar de tan obvias que resultan, pero que a veces olvidamos. La primera: una grabación de música no es música; será, si acaso, unas protuberancias en un surco o unos cuantos millones de unos y ceros, pero no música. Segunda: perfección no significa veracidad ni fidelidad, en el caso de la música significa acercarse a un ideal o a un modelo estético, no duplicación. Una vez que el lector asume estas coordenadas ya puede enfrentarse al texto, al fin y al cabo una historia de la grabación de canciones y de cómo el público asume estos formatos.

Pensarán ustedes que el gran debate se ventiló –irresoluto aún– entre analógico y digital. Pues no, desde que Edison grabó su primer cilindro de cera empezaron las disquisiciones. Y las trampas, añado. En unas demostraciones públicas llamadas pruebas de tono –se trataba de que en un escenario a oscuras se alternasen grabaciones y cantantes–, el público se admiraba de que resultaran indistinguibles; aunque no den crédito era así. Pues bien, los intérpretes debían ajustar su tono al de la grabación de su voz, no era exactamente el mismo. A partir de aquí, profundos debates novelescos sobre el uso o no de la electricidad, de las revoluciones, del número de pistas, válvulas frente a transistores, cachivaches informáticos…

Quizás este último apartado resulte algo abrupto para el neófito, el uso de ProTools o de Auto-Tune –y de sus antecedentes– se te escapa si no tienes nociones del asunto, pero debemos darlo por bueno por la exhaustividad que agradecerán los interesados y porque en los momentos en que se aparta de la mera exposición de tecnologías el capítulo es simple, claro y adictivo. Véanse las páginas en las que comenta cómo se produce la audición y cómo esta logra producir sensaciones anímicas y le fascinará entender el estremecimiento que producen determinadas ondas de sonido. Y todo esto, con ejemplos tomados de Led Zeppelin, nunca mejor argumento.

También desfilan personajes curiosos o estrambóticos. El coleccionista de cilindros de cera que conserva material de Edison y graba al autor, el director de orquesta Stokowski –verdadero Tesla del sonido– o Alan Lomax, que recogiendo sonidos tradicionales se llegó a una cárcel de Louisiana en la que había un convicto negro que parecía recordar piezas ya desaparecidas. Se llamaba Leadbelly. Poco después encuentra a un tal Muddy Waters. Ahí es nada, Lomax como conductor del folk y del rock and roll.

Va pasando por los 80 y los estudios Powerstation, la dicotomía entre sonido cercano o impecable –“Surfer rosa” frente a “Doolittle”– y, llegados nuestros años, se explaya en la guerra del volumen y en teorías conspirativas que proclaman que las grabaciones en cedé y la reproducción digital pueden incitar al odio y causan fatiga física. Más alegres son las páginas en las que comenta como nació el dub y los samplers y, sin entrar del todo en el sonido de vinilo, las explicaciones sobre mesas analógicas que culmina con una divertida anécdota de los Kaiser Chiefs: acabaron llorando cuando alguien en el estudio les dijo que podían tocar todos a la vez y les enseñó cómo hacerlo. Interesante, lo que resta es, al fin y al cabo, una impresión de cosa vivida –hemos asistido a un siglo de esfuerzos– y de regusto agridulce. Antes teníamos soportes en los que se almacenaban grabaciones de música, pocos. Esos soportes eran en parte nuestra personalidad. Hoy, hay gente que vive sin ningún soporte, pero puede acceder a toda la música del mundo.

 

Puedes adquirir «El sonido y la perfección» en La Tienda de Efe Eme.

 

 

 

Anterior crítica de libros: “Instrumental”, de James Rhodes.

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