«Auserón ha habitado en lo denso y en lo agradable y lo vuelca aquí, en un texto en el que tras cada letra hay más vida de lo que parece»
Santiago Auserón
«El ritmo perdido»
PENÍNSULA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Es ya conocida la labor teórica de Santiago Auserón; en artículos, como traductor, como conferenciante y como autor de un par de libros ha ido desplegando su tarea como investigador y también como curioso, sus textos constatan ciertas aseveraciones, pero a la vez se detienen ante preguntas que le asaltan sin más respuestas que el asombro. No me atrevo a decir que su importancia en este campo supere a la de su obra musical –porque además no lo creo–, pero sí que es cierto que el cantante de Radio Futura plantea cuestiones que nadie ha podido imaginar que sean importantes, abre baúles ante los que se debería dilucidar qué contienen.
Una lectura atenta, cuidadosa, de «El ritmo perdido» deja claro que son dos libros en uno. La tesis de la que parte –el ritmo negro, sea lo que sea eso, ha dejado más sutil impronta en la Península de lo que las recetas de pureza parecen soportar– es enfocada desde múltiples puntos de vista. Hay uno, el de músicólogo, que les confesaré que se me escapa, aunque entiendo que debe de ser fascinante para los lectores que tengan conocimiento de técnica musical, porque además a Auserón se le nota cómodo hablando de corcheas, de ritmos binarios y ternarios y de compases. Éste es uno de los dos libros. A mí me ha subyugado el otro.
El otro se inicia con lo más cercano a una autobiografía –una alterobiografía, señala él– que ha escrito nunca Juan Perro. Habla de cómo se fue conformando el personaje a través de transistores y bases americanas, del cine Dorado de Zaragoza, de fugaces estancias en Andalucía, de las clases de Deleuze, de recorrer España en un coche viendo campos sembrados de rastrojos. Habla también de cómo ser perro es una nota de orgullo en un país, el nuestro, tan dado al insulto. Recopila también experiencias con cubanos, habla de Chano Pozo y de Celeste Mendoza, y de golpe aparece la obra de Góngora, los primeros que hablaron de negros en castellano y las comedias del Siglo de Oro.
La pluma se vuelca en vida, aspectos impensables para los que conocemos su obra. El cantante adalid de la modernidad asistiendo a seminarios de marxismo y escuchando a Canned Head. El gestor de cierto vuelco en los ochenta alabando con ardor a los grupos de los sesenta. Alguien que sigue reinventándose consecuentemente, pero que sentencia que “con el punk se acabó la pequeña historia del rock”. Quizás sus lecturas de Artaud o Kafka le han ayudado a esta clarividencia, pero es el trabajo el que le ha llevado a discernir etimologías, a observar que el campo semántico de “movida” se había esparcido ya en el lenguaje de germanía del XVI, a pensar de dónde vienen palabras como rumba o baile, a atender –sin solucionar nada, eso sí, qué importa– al trasvase de los gitanos.
Vean ustedes, un libro denso y agradable. Auserón ha habitado en lo denso y en lo agradable y lo vuelca aquí, en un texto en el que tras cada letra hay más vida de lo que parece.
–
Anterior entrega de Libros: “Veintidós cuentos picantes”, de Félix María Samaniego.