«El mundo es absurdo, así que explotar lo absurdo es anuncio de triunfo. A la gente le encanta la basura –’mira la música punk’, dice Reggie– y así llama a su negocio Basura»
David Nobbs
«El regreso de Reginald Perrin»
IMPEDIMENTA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Volvemos a tener aquí a nuestro Reggie Perrin en la secuela de la obra que inicia la serie, tras cambiar de identidad al fingir un suicidio que suponía un corte de mangas a la encorsetada sociedad de la época, representada en su despacho de Postres Lucisol. Tras este nuevo aspecto regresaba a su casa como Martin para volver a seducir a su esposa Elisabeth. Solo quedaba el último paso: que desvele todo el pastel, que su familia ya conocía por otra parte. Así que prepárense a un regreso a la situación inicial, y a los personajes sobre los que se deja caer líquidos corrosivos, los empleados de su antigua oficina, su cuñado Jimmy –plagado ahora de delirios salvadores patrios– y su yerno Tom –siempre descolocado y con nivel cero de inteligencia emocional–. Gentes que son salvadas en última instancia por leves curas de ternura y que se relacionan entre ellos intentando una inútil plenitud.
Las relaciones familiares, pues, se vuelven a estructurar y vuelve a aparecer el humor inglés desde el principio, desde luego no hay tiempo para el análisis de esta comicidad que merecería páginas y páginas, solo apuntar que sobre situaciones normales se presentan usos del todo divergentes. El despido de Postres Lucisol es el acicate que lleva al nuevo Reginald a intentar reformar su vida y esta reforma pasa por trabajar en una granja de cerdos. Parece tener una conexión especial con ellos.
Todo lo lleva a montar un negocio en el que se encaja la segunda parte de la novela. Decide, con Elisabeth abrir una tienda de objetos inútiles y cobrarlos a precio de caviar. Geniales las páginas en que lo argumenta: el mundo es absurdo, así que explotar lo absurdo es anuncio de triunfo. A la gente le encanta la basura –“mira la música punk”, dice Reggie– y así llama a su negocio Basura. Fíjense: cuadros horribles, vino apestoso, aros cuadrados, complicados juegos sin instrucciones, ceniceros con agujeros… Pues bien, Basura se convierte en un Emporio.
Pero cuando llega el triunfo, Reginald Perrin vuelve a ser consciente de la estupidez, así que decide hundir su propia empresa, en un momento dulce en el que el equipo de fútbol del que le han hecho presidente gana la copa y encuentra el camino allanado para llegar a vencer en unas elecciones al parlamento. Así que ofrece entrevistas entre caóticas y estúpidas para cadenas de televisión y escoge directivos ineptos para sus departamentos, hasta un simpático beodo con el que se cruza por la calle. Y pese a todos sus esfuerzos, no lo consigue.
Así que, vuelta a los inicios, el final es una recolección de esquemas de la primera entrega. Todo lo que ha sido el abundante diálogo: absurdo pero contenido, reveses certeros, tumbos azarosos, se resuelve de la manera más honesta y sencilla. Y también la más visionaria. Si hubiese alguna novela de la serie capaz de anticiparlo que está siendo el siglo XXI, sería simplemente esta.
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Anterior crítica de libros: “Técnicas de iluminación”, de Eloy Tizón.