«Envidio a quien no haya tenido aún en sus manos, a quien no haya leído ‘El gran Gatsby’, porque cuando lo haga se va a llenar del dulce asombro que yo solo tendré ya como recuerdo»
Francis Scott Fitzgerald
«El gran Gatsby»
ANAGRAMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Resulta ya un tópico, pero envidio a quien no haya tenido aún en sus manos, a quien no haya leído “El gran Gatsby”, porque cuando lo haga se va a llenar del dulce asombro que yo solo tendré ya como recuerdo. Poco se puede decir de la novela que no se haya dicho, y no es cuestión de reseñar lo ya conocido, pero el elemento básico que define todo su ser, todo su entramado, es que se trata de una de las más bellas historias de amor del siglo XX, al nivel de “El túnel”, de Sábato o de “Ada o el ardor” de Nabokov. Si la traemos aquí a colación es por la nueva edición de Anagrama en la que Justo Navarro plantea una traducción revisada, que intenta sustituir la clásica en la misma editorial de José Luis López Muñoz. Navarro actúa con el lenguaje de manera más sobria, más concentrada, respecto a la anterior. Basta comparar el párrafo final, mucho más escueto y tirante ahora.
Al releerla uno recuerda el sabor que tuvo y a la vez ajusta elementos a los que no dio importancia. Nick Garrie, por ejemplo, el narrador testigo que proporciona la ambigüedad de la novela. Cuenta lo que ve, pero a la vez se implica en los hechos que el lector teme le sean devueltos distorsionados; el propio Gatsby resulta al mismo tiempo admirado y despreciado. Y esta zigzagueante mirada no deja entender que Gatsby es seguramente un héroe, y que sus negocios sucios quien los regenta es Jimmy, su auténtico nombre de pila que abandonó. Gatsby representa la quintaesencia: el héroe medieval que construye hermosas y ficticias fiestas para que acuda su princesa Daisy, el héroe de una tragedia griega, el héroe romántico rodeado de misterio, lleno de deseos y de impotencia, melancólico por las nieves de antaño. Es un cuento de hadas roto.
También percibe la relectura la trabada estructura de ajedrez que sostiene el argumento, piezas que se entrecruzan y gámbitos de dama hasta llegar al jaque final. Aunque lo que persiste de forma más adherente son estampas: la tristeza de Wilson, derrotado, enloquecido o –mi preferida- Gatsby haciendo volar sus camisas desde el armario hasta la cama y Daisy, con la cabeza enterrada en ellas, llorando. Nick, entonces, los deja solos. Entiende que están poseídos por la intensidad de sus vidas, por un pasado que existió, pero que para ellos es soñado.
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Anterior entrega de Libros: «El callejón de las almas perdidas», de William Lindsay Gresham.