«David Monteagudo demuestra en estos relatos seguir siendo un estupendo narrador»
David Monteagudo
«El edificio»
ACANTILADO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Con «Fin», David Monteagudo reclamó para sí la sorpresa literaria de 2009: una novela de un autor ya de cuarenta, ajeno a los círculos literarios, que se promocionó como una novedad carente de tics y de recursos intercambiables entre los mayores y los jóvenes que se apuntan –ambos– a las estéticas que se les presuponen. Lo cierto es que «Fin» es una novela buena y mala, noble y libre, pero devota del efecto, de la preparación del recurso que va a sorprender al lector. Se lee con interés, y mucho, pero calibra sus asombros demasiado a la vista. Algo de ello hay también en «El edificio», el primer libro de relatos de este gallego afincado en Barcelona.
La variedad de recursos de la recopilación es muy evidente. El repertorio se abre con el relato que le da título –un edificio que se desplaza infinitesimalmente gracias al esfuerzo abrumador de sus habitantes, una alegoría demasiado evidente de ciertas doctrinas económicas al uso– y se cierra, curiosamente, con otro que recoge el de su primera novela y, mucho más tenso y sugerente, aborda el mismo tema apocalíptico.
Y entre medio, algunos textos brillan con especial empaque. ‘La fiesta de mi escalera’, por ejemplo, el más costumbrista y ajeno a sus planteamientos –narrativa social de la canónica–, resulta conmovedor, espeluznante incluso, por ese final que acecha sin sentirlo. O ‘La escalera’, alguien que al volver a casa de madrugada oye unos zapatos también suben la escalera, temerosos. También ‘El garaje’, con ecos de un Jack London urbano, los relatos metidos en la ciudad se le resuelven con mejor artesanía.
Es desde luego una obra irregular, las descripciones a veces son excesivamente morosas y no resuelven el sentido de esa lentitud; pero aporta en otros momentos metáforas certeras, sobre todo cuando trata el tema que parece recorrer gran parte de las páginas: la obsesión, esa tozudez serena o demente que enfoca la vida en un único punto, como en ‘Julián González’ o en ‘El globo en forma de caballito’. David Monteagudo demuestra, en ellos, seguir siendo un estupendo narrador.
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Anterior entrega de Libros: “Polvo en los labios”, de Montero Glez