«El lector se ve despeñado por una espiral de sorpresas que le deja poco a poco sin aliento, angustiado, hasta la última escena»
Harry Crews
«El Cantante de góspel»
ACUARELA & ANTONIO MACHADO
Texto: CÉSAR PRIETO.
La autopista se corta cruelmente para devenir de golpe un descampado. Así es el lugar donde Harry Crews nació, así es el marco en que situó la primera novela de las quince que escribió. El espacio perfecto para la historia que se cuenta. También cruda, polvorienta, barrosa. La propia figura del escritor de la Georgia norteamericana es ya una indefinible novela que de manera magistral intenta abordar Kiko Amat en el prólogo. Marine, matrimonios rotos, unas pintas de «hell angel»que tiran para atrás, hijo ahogado en la piscina y una voluntad indestructible por ya triunfar en la escritura, que es la que le lleva a quebrar en ocasiones una vida establecida.
Ese, y no otro, es el verdadero argumento de “El Cantante de góspel”, el mismo: gente intentando salvarse y acabando destruida. Estamos en Enigma, ciudad decrépita, que tiene encarcelado a Willalee Bookatee por la violación y el posterior asesinato de Mary Bell Carter, una modélica jovencita que todo el pueblo presume novia del cantante de góspel, que esa misma noche va a cantar en el pueblo. También se instala la carpa de un circo de freaks, que lo persigue por cada escenario intentando aprovechar el eco de sus exitosos conciertos. A partir de aquí nada es lo que parece.
Tampoco nadie es el que parece y el lector se ve despeñado por una espiral de sorpresas que le deja poco a poco sin aliento, angustiado, hasta la última escena de un extraño Gólgota. Los personajes son lo mejor trabajado, los personajes y ese paisaje sombrío, agrio, pantanoso que parece secar a los personajes. Gente que se clava agujas como castigo y penitencia, sexoadictos, managers que son capaces de matar al anterior para sustituirlo. Todo está embargado de una putrefacta demencia bajo un manto de religiosidad. El único personaje que se salva, lúcido, humano, generoso es precisamente el director de la troupe de freaks: Pie, con su apéndice –el que le da nombre– de setenta centímetros.
Sería todo absurdo, si no resultara tan triste: Cerdos que se crían en casas con suelos de mármol. Estamos en 1968, esto es América: la verdadera feria de las rarezas.
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Anterior entrega de libros: “The Kinks are the village green preservation society”, de Andy Miller.