Libros: «El baúl de mis recuerdos», de Karina

Autor:

«Es capaz de darle plantón a Franco porque pierde el autobús que la ha de llevar a El Pardo y no tiene ganas de buscar un taxi. Palabras mayores, amigos»

karina-26-11-14

Karina
«El baúl de mis recuerdos»
MARTÍNEZ ROCA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Habrán llegado aquí por casualidad, no es seguramente el lector de EFE EME devoto de Karina ni de la música ligera española, pero no deberían irse, no sin escuchar lo que este libro puede ofrecerles, a pesar de su apariencia casposa, que es ni más ni menos que las interioridades del ambiente musical en los años sesenta y un puñado de canciones que han permanecido olvidadas, pero que son una parte de lujo de nuestro legado. Seguramente ni sabían que existieran, y quizás me agradezcan habérselas presentado.

Primera virtud: Karina centra sus memorias entre su mudanza familiar a Madrid y la ruptura de su contrato con Hispavox, en los albores de los ochenta. Nada de travesía por el infierno, nada de circuito de la nostalgia, nada de programas del corazón. Pura y simplemente música, para la que se nos revela una extraña figura del panorama del espectáculo en esos años, alguien que si no hubiera entrado en la memoria popular, hoy sería objeto de culto alternativo.

En el principio, Maribel Llaudes es una chiquita fascinada por James Dean y por Brenda Lee, que trabaja en Almacenes Arias, que gana un concurso para La Voz de Madrid y que acude al Festival de Benidorm con el único equipaje de una maletita. Y aquí está la mayor baza de su éxito sesentero y el origen de su defenestración posterior, Maribel es una joven perfectamente normal, que por casualidad accede a Hispavox, que se toma un refresco en una cafetería mientras espera entrar a grabar un disco que quedará en la memoria colectiva, que se atreve a subir al despacho de Adolfo Suarez –a la sazón director de Televisión Española– para quejarse de que los compañeros de «Pasaporte a Dublín» le hacen el vacío o que pasea por París, aburrida, mientras su hermano asiste a una reunión clandestina. Y en nada de ello hay pose, Karina solo sabe cantar, en lo demás se maneja como si nada fuera con ella. Fíjense, es capaz de darle plantón a Franco porque pierde el autobús que la ha de llevar a El Pardo y no tiene ganas de buscar un taxi. Palabras mayores, amigos.

Dedica poco espacio a sus discos. Desvela entresijos, eso sí; las relaciones con la compañía, las figuras de Waldo de los Ríos y Rafael Trabucchelli – genial la página en la que describe cómo trabajaba el maestro– y de los conciertos y programas de televisión, apenas nada más, ni siquiera una discografía. Si algo desarrolla es por su vinculación al amor, así asistimos a la ambivalente relación con Tony Luz, fértil en lo profesional y apagada en lo erótico y lo sincero, tanto que para disimular duermen juntos y sin tocarse tras su separación cuando están de gira, y sobre todo de Rodrigo García. La relación con el componente de Solera es contada con una abierta timidez en la que se puede intuir que Karina –por fin– es consciente de que sus cinco minutos de gloria estuvieron en ‘Lady Elisabeth’ y el resto de canciones que grabó con él y de que fue el gran amor de su vida, solo hay que ver cómo se recrea en explicar la primera cita en casa de él, y como una experiencia gastronómica resultó fallida porque las artes lúbricas de Rodrigo la llevaron de la cocina al sofá. Y de allí ya no pasaron. Lo explica con detalle, pásmense. Un Rodrigo contradictorio, eso sí, que es capaz de gritar su conciencia proletaria, pero que no la dejaba ir a la playa en bikini.

Y con ello acaba, Karina sube las escaleras de Hispavox para recibir la noticia de que la compañía ya no puede grabar a «horterillas», así se lo dijo. Pobre hombre. Lo quisiera él o no, alguien que cantó de esa manera ‘Nosotros fuimos’ puede ser de todo; de todo menos horterilla.

Anterior crítica de libros: “La historia del rock and roll en diez canciones”, de Greil Marcus.

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