“Historias que apuntan con las armas que la generación de los cincuenta –Aldecoa, Sánchez Ferlosio– utilizó: Una ternura que se concentra en las elipsis, en lo que el lector ha de completar para acceder a lo verdaderamente infeliz”
“Antes del futuro imperfecto”
Medardo Fraile
PÁGINAS DE ESPUMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Tras la publicación de sus cuentos completos en 2004 y tras atender después al ensayo, Medardo Fraile nos entrega un nuevo libro, cuarenta breves narraciones con el pulso dividido en dos partes: la primera encerrada entre las paredes de aulas y colegios y la segunda indagando historias con más libertad de espacios. Son, como siempre en su obra, relatos sostenidos por los personajes y su relación con el mundo, con los objetos y la palabra: El sillón que es un obstáculo para la revolución pero un sendero para los sueños, el delincuente que rebaja la condena por lo bien que explica sus hurtos o esa alegría de la Castilla sensual, que desde luego también existe, en “La coyunda».
Pero al mismo tiempo, en los tres últimos cuentos o en el modélico ‘Sol y sombra’ (un reflejo de vidas desgarradas, ateridas), todo se cubre de desazón. Estas dos direcciones asoman en la segunda parte con los cuentos libres, siempre breves, apenas estampas. En la primera – con el colegio como marco, la clase como tiempo estático– cualquier lector puede reconocer el recorrido desde el parvulario a la universidad.
Son estas las historias, quizás las de mayor calado, las que apuntan con las armas que la generación de los cincuenta –Aldecoa, Sánchez Ferlosio– utilizó: Una ternura que se concentra en las elipsis, en lo que el lector ha de completar para acceder a lo verdaderamente infeliz. Verbigracia, un profesor de lengua ha olvidado el libro de dictados y dicta a sus alumnos una carta personal que lleva casualmente en la cartera. Impide una y otra vez que se borren sus palabras de la pizarra –los alumnos quieren pasar a otras actividades– porque al fin y al cabo sus palabras son él mismo.
Más rasgos de los cincuenta: La frase corta, precisa; la metáfora sensorial –el frío es “tenso como un tambor”– y un despliegue de recursos que en media docena de páginas nos permite asistir a una clase de una hora sobre la perdida de las colonias sin dejar de estar boquiabiertos. El clavo de Chejov son unas botellas, ron y cierta bebida refrescante que el profesor coloca encima de su mesa en el primer minuto de la clase. Y no les digo más.
–