Libros: «Diez de Diciembre», de George Saunders

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«Imprescindible Saunders, lleno de virtudes, ligazón de sensaciones en la que a la leve desazón de la cuentística estadounidense actual se añade la inteligencia de unos relatos modelados con tal derroche lingüístico»

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George Saunders
«Diez de Diciembre»
ALFABIA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Quizás la primera ocupación de George Saunders antes de convertirse en escritor –la de ingeniero de minas– condicione un tanto sus relatos, esos túneles, esos tanteos y esa dinamita que estalla en sus narraciones suponen idéntico método de trabajo que el horadar la tierra y sostenerla. El caso es que seis años después de su última referencia en castellano lo volvemos a tener en nuestras librerías, esta vez gracias a la jugosa editorial Alfabia. Se trata de una colección que recopila textos que han aparecido en revistas norteamericanas y que no varía su línea, de hecho cierta ambientación parece continuar alguna de sus historias antiguas.

Saunders tiene dos direcciones, una en que la tragedia cotidiana se abre sin explicitarse del todo y otra en la que el sarcasmo y la ligereza dominan para caracterizar a tipos vacuos y pedantes. A veces ambas se cruzan y es cuando resulta más magnético. Vamos a los ejemplos: ‘Al Roosten’, el empresario estrella de una pequeña ciudad, que participa en la televisión local en una recolecta para «Payasos contra la droga», su contrincante es otro empresario modélico y hermoso y ello hace que en Al se despierte una insufrible soberbia nacida de su pura y ridícula inferioridad, así que con un leve toque con el pie sepulta cosas que decidirán la vida de su rival. Esa maldad de guiñol y rabieta que Al intenta justificar se ve retratada en una inmensa, apenas esbozada, última frase.

En el apartado de las casualidades desesperantes se encuentra el relato que da título al libro. Un niño con afán aventurero y un enfermo terminal decidido a suicidarse para evitar molestias a su familia coinciden en el lago helado de un claro de bosque; se construye así una pequeña historia de sufrimiento y salvación, de fantasía y esperanza.  En su entramado, tanto como la sensación de calor humano y de gelidez o la mirada infantil, destaca un soberbio dominio del espacio y de los hilos que cruzan entre sí los personajes; parece irse abriendo la historia como si se diseminase una neblina. Una delicia, una lucidez maestra y sensible.

El texto que aúna demolición y desolación es ‘Los diarios de las Chicas Sémplica’, un padre de familia, de origen inmigrante y que no domina del todo la lengua se decide a escribir sus impresiones diarias; al tomarlo como una obligación, el estilo es a la vez telegráfico, desganado y lleno de incorrecciones. En esencia se trata de conseguir a una de sus hijas una fiesta de cumpleaños de nivel, que alcance a las de sus adineradas amigas. Es hilarante, a la par que descorazonadora, la ingeniería financiera para conseguir comprar un regalo aprovechando el crédito de la tarjeta; la realidad y el deseo, las apariencias… Todo potenciado en este caso –y en el resto de cuentos– por el poder sutil del lenguaje, un verdadero personaje, que se retuerce y cobra vida en primer plano. Ello, y el cambio radical de los puntos de vista, hace que Saunders no sea un escritor norteamericano al uso: utiliza los mismos ambientes pero sustituye el laconismo por técnicas europeas y experimentales.

En el resto, encontramos miniaturas impactantes como ‘Palos’, apenas un par de páginas de estremecimiento impecable, intenso, el poste de un jardín al que se le ofrece como un tótem la vida. También niños deficientes atados a un árbol, irreverentes –de tan formales– circulares desde dirección, deshaucios hipócritas mientras se agradece a los inquilinos los servicios prestados como militares, fiestas medievales. Todo un mundo que bascula entre la deformación y la dureza. Imprescindible Saunders, lleno de virtudes, ligazón de sensaciones en la que a la leve desazón de la cuentística estadounidense actual se añade la inteligencia de unos relatos modelados con tal derroche lingüístico.

Anterior crítica de libros: “El regreso de Reginald Perrin”, de David Nobbs.

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