«Auster ha optado, con originalidad, por eludir la fórmula cronológica establecida y, como si fueran breves relatos, de forma desordenada, aunque buscando hilos conductores, va narrando episodios de diversa índole»
Paul Auster
«Diario de invierno»
ANAGRAMA
Texto: JUAN PUCHADES.
Los primeros lectores de «Diario de invierno» (publicado en castellano antes que en su inglés original, idioma en el que no verá la luz hasta otoño) aseguraban que estas memorias se podían leer como una novela, pues se alejaban de las ideas preconcebidas que tenemos de tal género literario. Y lo cierto es que así es, Paul Auster ha optado, con originalidad, por eludir la fórmula cronológica establecida y, como si fueran breves relatos, de forma desordenada, aunque buscando hilos conductores, va narrando episodios de diversa índole, mezclando épocas y recuerdos, logrando que el lector, desde las primeras páginas, se sumerja con interés en la lectura de lo que es un texto muy poco convencional.
Como poco convencional es la voz narradora escogida, la segunda, chocante cuando estamos habituados a la primera para las obras memorísticas. Pero esa no es más que una de las sorpresas que depara «Diario de invierno», pues Auster, lejos de centrarse como la mayoría de gentes dispuestas a contarnos su vida, en episodios más o menos memorables o en situar el foco sobre los grandes encuentros acaecidos durante su trayectoria profesional, desde las primeras páginas evidencia que su cuerpo (sí, su cuerpo físico, lo que él define como el envase en el que vive) adquiere singular protagonismo: con sus fallos, sus averías o el maltrato al que lo somete ocupando gran espacio de la narración. Del mismo modo, los mitómanos que no busquen encuentros con personas (no hablemos de personajes) más o menos célebres, que Auster ha preferido ahondar en lo más íntimo, en las sensaciones y episodios unidos a ellas, más en lo personal que en lo profesional. Únicamente, y de forma tangencial, nos narra de forma breve un encuentro con el actor francés Jean-Louis Trintignant, y lo hace para contarnos del desconcierto en el que le sumieron unas palabras de éste.
Por momentos puede sorprender la falta de pudor del autor (cuando revela sus no muy lejanos episodios de pánico, sus miedos recientes, sus ya añejas masturbaciones compulsivas de adolescente, la iniciación en el sexo), su rozar lo que para alguien será escatología (y que no es más que humanidad y más referencias al «envase» que habitamos) o su obsesión al enumerar y describir las viviendas que ha habitado, lo que le lleva a tratar de contar el número de noches que ha pasado fuera de casa, en otras ciudades, estados o países… Pensamientos que pueden parecer ociosos pero que sirven para revelar la personalidad del autor.
Venía Auster de firmar «Sunset Park», una obra extraordinaria, de esas que se han perdido quienes consideran que el autor de Nueva Jersey dejó lo mejor de su producción en «La trilogía de Nueva York» y que el éxito y la madurez le han llevado a perder la fuerza y singular brillantez de sus primeros tiempos. Pero aun admitiendo que sin duda su escritura ha cambiado –se ha tornado más realista–, no ha perdido un ápice de su fuerza y capacidad para fabular, para idear estupendas tramas que sabe cómo poner en pie con una escritura compleja en su sencillez. Como aparentemente sencillo es «Diario de invierno», con esa tranquilidad con la que los más grandes logran que las complicaciones queden en el escritorio, y no se trasladen al lector.
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Anterior entrega de libros: “Barcelona Balla”, de Ferran Aisa.