«Nos encontramos ante una peculiar novela iniciática –juegos para espantar a la infancia– donde un costumbrismo del 78 y los mitos del papel couché desde «Lyly» a «Interviú» juegan un papel importante»
Marta Sanz
«Daniela Ástor y la caja negra»
ANAGRAMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Catalina Hernández es una niña que en 1978 tiene doce años. Con su amiga Angélica se encierra en su habitación a imaginar otras vidas, todos lo hemos hecho. Pero los diarios que inventan, las entrevistas a las que responden, la imagen con la que sueñan es la de las artistas del cine de destape que arrasaba –queramos o no– en esos años. Así es que son compañeras de Sandra Mozarowsky, de María Salerno o de Paula Pattier. Por supuesto, tienen todo el montaje oculto a sus padres. Todos lo hemos hecho. Los padres de Ángelica son avanzados –para esa época– profesores. La madre de Catalina es una sufrida ama de casa que le hace comer pescado, intenta acceder a la Universidad preparando las pruebas de acceso para mayores de 25 años y toma una valiente decisión que la convierte en la verdadera heroína de la novela. Primer acierto: revelar la tensión y la quiebra que se puede producir entre Sonia Griñán y su hija, desvalidas ambas.
Catalina Hernández es una mujer que a los 50 años produce un documental sobre los años del destape, su guión se presenta como peculiar contrapunto en el que sobre imágenes de la época despliega el cine de fantaciencia, la escuela de Barcelona y la tercera vía, el encuentro de Rafael Reig con Amparo Muñoz, teorías conspirativas, un «Sálvame» con Bárbara Rey… Esta revisión a distancia evita el otro polo de la posición de la mujer, el de la ama de casa que no puede aspirar a definir su propia vida, con unas leyes que en la Transición aún eran extremadamente patriarcales. Así un hecho central en la novela es el que crea esa quiebra que, de forma paradójica, establece como verdadera heroína a Sonia Griñán, la única mujer en la obra que escoge su destino con arrojo y rabia. Segundo acierto: hablar de la situación de la mujer en el siglo XXI sin que aparezca directamente ninguna mujer del siglo XXI.
Todo apunta a que nos encontramos ante una peculiar novela iniciática –juegos para espantar a la infancia– donde un costumbrismo del 78 y los mitos del papel cuché, desde «Lyly» a «Interviú», juegan un papel importante en el diseño de una personalidad que se revela a los cincuenta años bien construida, enmarcada en unos cambios sociales que se reconocen de fondo –el incendio de los Alfaques, la Operación Galaxia, canciones de Burning–; pero también marcada por las relaciones familiares, por los insultos de compañeros, por esa relación perversa y ni siquiera iniciada entre Catalina y el padre de su amiga Angélica. Es el tercer acierto: como Javier Cercas, Marta Sanz convierte la historia, la narración documental, la nostalgia, en novela contra la nostalgia.
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