«Autoindulgente, derivando en anécdotas más que en hechos, de tono coloquial, contradictoria, todo esto se genera en estas páginas a la par que una cercanía que le da inflexiones de confidencia de bar más que de erudición»
Johnny Ramone
«Commando. Autobiografía de Johnny Ramone»
MALPASO
Texto: CÉSAR PRIETO.
En los últimos meses abundan las ediciones españolas que recogen memorias y biografías de músicos de los sesenta y los setenta, pero si hay alguna realmente divertida es la de Jonnhy Ramone. Autoindulgente, derivando en anécdotas más que en hechos, de tono coloquial, contradictoria, todo esto se genera en sus páginas a la par que una cercanía que le da inflexiones de confidencia de bar más que de erudición. No en vano está escrita organizando materiales surgidos de entrevistas al efecto en los últimos años de su vida.
El espacio dedicado a su infancia y adolescencia es escueto pero necesario, uno se explica muchas cosas al asistir a la admiración por su padre o su par de años de predelincuente, son enseñanzas y mecanismos que le sirvieron para liderar una banda de la que repite sobradamente que alguien tenía que poner las normas y que de eso se encargaba él. No dejemos este capítulo sin señalar que es un volumen profusamente plagado de fotos. Piensen fijamente en Jonnhy, observen las fotos del adolescente de instituto que fue y no darán crédito.
Una jerarquía que le lleva a definir el estilo que habían de seguir en sus veinte años de producción musical: “Quitar al rock and roll todo lo que no nos gustaba”. Y así escoge también el uniforme del cuarteto desde una primera versión que contaba con pantalones de lamé –era devoto de los New York Dolls– y decide trabajar de manera stajanovista. Aunque parezca lo contrario, en los Ramones nada era improvisado.
Sus primeros capítulos nos ofrecen una visión más humana del cascarrabias, cómo despertó su vocación el operario que cambiaba los discos en la jukebox del bar en que trabajaban sus padres, su afición por el beisbol y el cine de terror –da listas de los mejores–, y tras ello, el lector pasa por encima de giras y conciertos –tampoco se explaya mucho– para disfrutar con las anécdotas: la pelea con Malcom McLaren, las malas relaciones con los compañeros, el episodio con Phil Spector… Un Jonnhy Ramone que ha dejado una imagen que cuesta de entender: defensor de la pena de muerte, republicano a muerte, pero a la vez un pueril partidario de oponerse al sistema y dinamitarlo que idea un sistema para no pagar en el metro una vez que ha conseguido ese millón de dólares que tanto le enorgullece.
El epílogo del libro es un comentario disco a disco de toda la producción del cuarteto desde dentro, el proceso de grabación, el gasto final, hasta les pone nota, y de nuevo esas aparentes «boutades» que a la que uno las ponga en contexto se revelan certeras: consideraba con el primer disco que su competencia directa eran los Bay City Rollers y valoraba sobremanera –el inventor del punk– la voz de Bing Crosby. Hay una frase en el libro que quizás lo explique todo, que englobe en un espíritu y una voluntad todo lo que fue Jonnhy Ramone, luchando contra el cáncer que lo llevó a la muerte en 2004, lo que más le dolía era la sensación de ser vencido: “Odio perder”, proclama. Un lema que explica en mucho su vida.
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Anterior crítica de libros: “Pregúntale al bosque”, de Blanca Riestra.