Libros: «Canciones de amor a quemarropa», de Nickolas Butler

Autor:

«Se ha erigido en la novela alabada por los cenáculos literarios atentos a la narrativa anglosajona cercana al rock»

Nickolas-Butler-23-10-14

Nickolas Butler
«Canciones de amor a quemarropa»
LIBROS DEL ASTEROIDE

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Se ha erigido en la novela alabada por los cenáculos literarios atentos a la narrativa anglosajona cercana al rock, algo así como lo que supusieron, desde otras perspectivas “Trasportting” y “Alta fidelidad”. Y por parte de alguien que lo conoce de primera mano, además; compañero de juegos y colegio de Bon Iver –vamos, de Justin Vernon–, Nickolas Butler parece intentar recoger en esta su primera novela todo lo que supuran las canciones del músico de Wisconsin; allí está ambientada la novela, y aunque Little Wing sea un lugar ficticio, el Eau Claire donde se gestó la banda y la cabaña donde se grabó “For Emma, forever ago” tienen un correlato en el texto. Es donde Lee, su alter ego en la novela, también graba un disco gélido, en soledad, un disco reflejado en la parte más íntima y desolada de la novela, la mejor prosa.

Un músico, pues, que ha cosechado éxito, que aún recuerda a sus amigos del pueblo y que acude a él como un centro vital. La primera vez para la boda de Kip, una de las tres que enmarcan el relato, el triunfador como agente de bolsa que para su despedida de soltero alquila un campo de golf, un deslumbre de recursos que suena ficticio en el espacio que se intenta retratar. Y así es, el polvo de los caminos de tu infancia pesa, y Kip intenta reformar una antigua fábrica, una ligazón material que no necesitan Henry ni Beth, que se han quedado en el pueblo al cuidado de tierras, ganado y de Ronny, el quinto amigo, antiguo jinete de rodeo y azotado por los golpes de alcoholismo.

Es la relación entre los amigos la que sostiene la novela entre un elogio de la vida rural, la parte de los otros que forma nuestra identidad y las heridas que cuestan de cicatrizar. Aquí se subliman simplemente robando un tarro de conservas de un bar. En el fondo, la cuestión que aborda la novela es cómo enamorarse de un lugar, de ahí la constante visión del paisaje, de ahí que cada amigo casado quiera explicar a su pareja reacia por qué ama esas tierras; es por ello que Henry, el que las trabaja directamente con sus manos, sea el personaje más honesto. Sin embargo, es Ronny el que se presenta con mayor cuidado, su trazado es excepcional; asistimos a sus contradicciones, a sus deseos, seguramente es el más desvalido pero también el más feliz.

Butler es también un gran constructor de escenas, escenas emocionantes, movimientos que parecen ligeros pero que ahondan mucho: los llantos de Lee, el anciano que confunde a Kip con su hijo, las estampas en la cantina de la localidad. El trenzado entre todo ello es magnífico, suaves transiciones con el pasado, voces que se enlazan a la perfección, un artefacto narrativo perfecto.  Sin embargo, no es una novela en que los personajes estén sometidos a un preciso análisis psicológico, aparentemente no hay profundidad, no hay grandilocuencia, pero tampoco la literatura actual da para dramatismos, el mundo de Faulker o de Carson Mc Cullers se ha fragmentado y ya no ofrece sino vidas sin raíces, sin núcleo, desgajadas. Ni siquiera través de ese ‘American pie’ que suena para todos al final logran alcanzar ese  centro que buscan, desesperadamente, durante toda la novela;  ese centro en el que la persona es el lugar.

Anterior crítica de libros: “La hierba de las noches”, de Patrick Modiano.

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