Libros: “Bolero de amor. Historia de la canción romántica”, de Manuel Román

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“La divulgación exhaustiva es lo que sostiene el texto, de estampas, de escenas. En ocasiones son magnéticas, y no por conocidas dejan de ser estremecedoras. Pone los pelos de punta el recuerdo de la presencia de Chavela Vargas en el entierro de José Alfredo Jiménez, el mejor compositor en castellano y su mejor intérprete, que cuentan con capítulos bastante completos”

 

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Manuel Román
“Bolero de amor. Historia de la canción romántica”
MILENIO

 

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

 

Tengo la humilde pero firme convicción de que el siglo XX únicamente aportó dos géneros realmente populares. Entiéndase por ello un ensamblaje de características casi imposible de difundirse todas a la par: que abarquen todo su ámbito lingüístico y parte de otros, que pervivan en la memoria popular, que influyan en otros géneros –y al revés, que lo fagociten todo–, que sea a la vez reflejo sociológico e ideal de vida. Todo esto solo lo han conseguido el bolero y el rock and roll. Del segundo género hay bibliografía ingente y se va expandiendo cada día que pasa, la que aborda el primero es más modesta, pero muy cuidada y precisa. Quien necesite un manual divulgativo que abarque su historia, ramificaciones, figuras importantes y leves análisis, sin duda lo encontrará en el “Bolero de amor” que publica Manuel Román, periodista de raza en publicaciones escritas y en radio desde los sesenta y que por ello ha conocido el mundo que aquí retrata, por lo menos a partir de esas fechas, en que la gran mayoría de los adalides del género aún estaban vivos y pasaban por España.

La obra comienza, cómo no, por los orígenes: por poner alguno y zanjar la cuestión, “Tristezas”, pero también los párrafos que se dedican a ‘Lágrimas negras’ de Miguel Matamoros –estamos hablando de 1922– demuestran que fue el primer hito importante y de calidad contrastada. Y tanto, si no que le pregunten a Diego El Cigala cuántos discos ha vendido bajo su reclamo. Entran enseguida los grandes compositores: Ernesto Lecuona, el divino amateurismo de Osvaldo Farrés y la triste historia de ‘Nosotros’ y su autor Pedro Junco.

Recorre tras ello el texto las leves evoluciones de los años 40, el bolero mambo, más bailable, y el ‘filin’, más intimista y dos grandes monstruos: Benny Moré y La Lupe, que aunque no lo tienen como género habitual, solo con haber grabado alguno ya pasan a formar parte del corpus. Pasamos a México, donde lo toma Agustín Lara, cuyos excesos –y cuya mala fortuna también–, harían palidecer a cualquier estrella del rock.

La divulgación exhaustiva es lo que sostiene el texto, de estampas, de escenas. En ocasiones son magnéticas, y no por conocidas dejan de ser estremecedoras. Pone los pelos de punta, por ejemplo, el recuerdo de la presencia de Chavela Vargas en el entierro de José Alfredo Jiménez, el mejor compositor en castellano y su mejor intérprete, que cuentan con capítulos bastante completos. Se pasa con ello a la presencia en España, con la estancia de Antonio Machín y las visitas de Lucho Gatica.

En nuestro país toma un nuevo impulso: figuras olvidadas como las del maestro García Morcillo, aventureras como Bonet de San Pedro y pequeñas confrontaciones artísticas como las de Lolita Garrido frente a Gloria Lasso, de malograda vida. Uno de los episodios más provechosos es el acercamiento entre la copla y el bolero, y aquí surgen grandes como Bambino o María Jiménez y personajes aún más bizarros si cabe como Antonio Amaya. También hay sitio para María Dolores Pradera o Moncho, aunque quizás merecería un poco de espacio en una obra tan completa la figura de La Voss del Trópico. Un capítulo final se desliza por las manifestaciones actuales, indudablemente menos interesante que los grandes nombres. Un índice onomástico final tampoco hubiera sobrado, en una obra que ha de ocupar la biblioteca del interesado presta para una consulta puntual, y es una lástima puesto que el volumen recoge los datos esenciales para el aficionado al que simplemente se le enrede una melodía sentimental en la memoria y quiera saber de ella.

 

 

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Anterior crítica de libros: “Placeres culpables”, de Óscar García Blesa.

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