«Ha optado por la sinceridad recurriendo, al mismo tiempo, a un muy recomendable sentido del humor: ese que empieza por reírse de uno mismo, quitarle hierro a las propias experiencias para, así, poder bromear sobre los demás»
Rod Stewart
«Autobiografía»
PLAZA & JANÉS
Texto: JUAN PUCHADES.
El caso de Rod Stewart es uno de los más extraños del rock: el hombre se ganó una solidísima reputación como vocalista del Jeff Beck Group y luego de los Faces (formidable grupo de, más o menos, segunda división pero de enorme valía y tremendamente divertidos) y con todos sus primeros discos solistas (editados en paralelo a los de los Faces) durante los años setenta. Pero en 1978, con el álbum «Blondes have more fun,» cayeron sobre él todas las tormentas: la canción ‘Da ya think I’m sexy?’, en la que desde el rock coqueteaba con la música disco, fue la tumba para su credibilidad. Mientras que a los Rolling Stones se les perdonó, entendió y apreció por innovadores con ‘Miss you’ (de aquel mismo año y que a Rod le sirvió de modelo), a Stewart la crítica se le lanzó a la yugular. Pero bien es cierto que el éxito planetario del tema lo encumbró a la primera división del rock internacional, dejando de ser plato para entendidos rockeros de base. Desde ese momento, y durante los años ochenta, se transformó en un espectáculo para estadios, compitiendo con los mismísimos Stones. Cierto que los discos bajaron estrepitosamente de calidad (digamos que se suavizó y aterrizó en una suerte de soft rock que apostaba todo a su garganta). Pero él siguió adelante ajeno a las críticas y ya en el nuevo siglo no se le ocurrió otra que releer los estándares de la música estadounidense cual crooner convencional. Definitivamente, adiós al rock; hola, señores mayores. De todo ello ha sido consciente el propio Stewart, como cuenta en «Autobiografía» (en castellano se ha perdido el título original, «Never a dull moment»: nunca un momento aburrido), donde revela, por ejemplo, que las críticas le escocieron. Vaya si le escocieron. Tanto como la actitud del punk hacia él (las desgracias nunca vienen solas).
Un amigo que ha tratado a Stewart en diversas ocasiones me cuenta que es lo peor, un cínico redomado. Sin embargo, en las primeras páginas de este libro reconoce que en el pasado en ocasiones mintió o fantaseó sobre propia biografía, y parece que ahora, al ponerse a teclear sus recuerdos, ha optado por la sinceridad, recurriendo al mismo tiempo a un muy recomendable sentido del humor: ese que empieza por reírse de uno mismo y quitarle hierro a las propias experiencias para así poder bromear sobre los demás. Todo ello en sus justas dosis, las que aportan amenidad y evitan caer en el chiste. De tal modo que su «Autobiografía» resulta uno de los más entretenidos libros de memorias de un músico que uno se ha puesto delante de los ojos.
Para empezar, ha tenido a bien despachar la infancia en unas pocas páginas (es agotador que la gente se recree en sus recuerdos de pantalón corto: generalmente un ladrillo de primer orden), cuenta lo que hay que contar, lo esencial para situarnos y ya desde ahí se lanza a la juventud y a sus primeros pasos en la música, cuando vivió en primera persona, y desde Londres, la explosión del rock británico de los sesenta: en ese preciso instante en el que el rhythm and blues volvía locos a muchachos como los Rolling Stones o los Yardbirds mientras que los Beatles exploraban el beat. Un momento en el que Rod, pasmado con el debut de Bob Dylan, se debatía entre el folk, el rhythm and blues y el soul y se fogueaba junto a Long John Baldry, al que considera su verdadero maestro y del que confiesa que lleva una foto en la cartera y lo recuerda todos los días. Un Stewart que pasó de la noche a la mañana de beatnik guarrindongo a mod absolutamente preocupado por su imagen, y sobre todo por su pelo (dedica un capítulo entero a hablar de ello, pero ya decimos que en estas páginas campa el humor).
Aunque lo que ha trascendido del libro es el episodio en el que contaba que se introducía cocaína en cápsulas por el ano, confiesa que nunca compró coca y que no estuvo particularmente enganchado. Relato el anal muy menor que, promocionalmente, ha ocultado momentos de mucha más enjundia para aficionados a la historia del rock: como los días junto a un extraño Jeff Beck (memorable la suspensión de la actuación en el festival de Woodstock porque Beck regresó a la carrera a casa al sospechar que su mujer le ponía cuernos), las aventuras de los Faces y las razones del fin, con la paralela carrera solista de Stewart como motivo principal, o las fiestas en su casa de Hollywood en los años dorados. También resulta interesante ver cómo un chico de una familia humilde se transforma en ricachón con maneras de tal, cómo da rienda suelta a su obsesión por las mujeres, el fútbol y los coches; sus inversiones en arte, su gusto por la realeza… No oculta casi nada, y sabe de dónde viene y dónde está.
Afortunadamente, Stewart no ha olvidado la música, que en muchas memorias similares queda relegada a segundo plano (cuando no se obvia completamente), y hay continuas referencias a los discos, a las canciones, a la composición. Sobre esto último confiesa que ha pasado más de diez años incapacitado para pergeñar una letra o una melodía, de ahí, en gran medida, los aburridos discos de versiones de los últimos tiempos (que, por otra parte, se han vendido estupendamente). Aunque también avisa de que la mala racha se acabó y tiene preparadas las canciones para un próximo álbum que tendría que ver la luz este año.
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Anterior entrega de Libros: “Siempre hemos vivido en el castillo”, de Shirley Jackson.
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