Libros: «Amor en un campo de minas», de Milagros Frías

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«Existen determinados libros a los que uno les ve las hechuras –no del todo bien cosidas– y se espanta ante su colorido, pero sin embargo le despiertan un deseo irrefrenable»

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Milagros Frías
«Amor en un campo de minas»
ALGAIDA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Son escasísimas las novelas que conjugan soltura técnica, fluidez estructural y hondura en los contenidos hasta el punto de poder ser llamadas magistrales. De la misma forma hay discos en los que todo resulta extremadamente perfecto y por ello han pasado a la historia del rock. Pero de la igual manera, existen determinadas canciones –o elepés– en que la impericia en los instrumentos, una voz discorde o un defectuoso sonido no impiden que exista una sutil y mágica atracción. También existen determinados libros a los que uno les ve las hechuras –no del todo bien cosidas– y se espanta ante su colorido, pero sin embargo le despiertan un deseo irrefrenable. Algo de esto ocurre con la reciente novela de la narradora de amplia trayectoria Milagros Frías.

“Amor en un campo de minas” cuenta la historia de Sofía, ya asentada en esa placida madurez de los treinta, que un día de paseo tranquilo asiente a subir al coche de un amigo que encuentra por casualidad. A partir de ese momento su vida se desgaja de todo lo que contenía y desata nudos a una velocidad desmesurada. Precisamente lo mejor de la novela está en esos primeros momentos en los que, demoradamente, va exponiendo las circunstancias de esa noche, las carreteras solo habitadas por faros, las paradas en bares de ruta, lo desconocido que se abre tras el arcén. Todo ello va creando una realidad paralela y dantesca en el mundo de Sofía. Una buena novela corta hubiera salido de aquí.

Cuando la novela tropieza con realidades costumbristas, es cuando falla, los paseos por calles, oficinas administrativas, los secundarios resultan sin sustancia, con hilos que no llegan a desarrollarse. Hemos de esperar a las últimas páginas para que levante de nuevo el vuelo con la descripción del pueblo cerca del cual se instala Sofía, muy barojiana, a la medida de “El árbol de la ciencia”, con esas observaciones antropológicas, ese paisanaje, esa ligazón atávica perfectamente iluminada. Así se da la curiosa circunstancia de que la autora es tanto más efectiva cuanto más sale del mundo conocido.

Quizás el mensaje sea que no hay senderos secretos entre los actos del ser humano, que las cosas pasan sin necesidad de influir en lo posterior; es por ello que los episodios parecen escapar de un plan común; la causalidad o la casualidad, el dilema de siempre. En todo caso es un relato que sin tantas consideraciones filosóficas, gustará a quienes busquen voces íntimas, novelas de amor suave y cierta incerteza en la trama.

Anterior crítica de libros: “Mujeres y música. 144 discos más que avalan esta relación”, de Toni Castarnado.

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