Libros: «Amanece, que no es poco (La serie)», de José Luis Cuerda

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«Ventaja evidente de reflejar en papel las historias es el buceo en las acotaciones, que en pantalla únicamente se puede reflejar plásticamente, puesto que son excelentes»

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José Luis Cuerda
«Amanece, que no es poco (La serie)»
PEPITAS DE CALABAZA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Resulta innecesario desvelar aspectos de “Amanece que no es poco”, la película, en ninguna reseña; los “amanecistas” –los adoradores de un film español con mayor calado– no descubrirán nada y para los neófitos habría que construir una explicación tan extensa, que mejor animarles a que vean directamente la película de José Luis Cuerda, sin más. Lo que sí que resulta un secreto a voces que el espíritu surgió de un mediometraje estrenado para televisión, «Total», y de una serie de varios capítulos que quedó en el estadio de proyecto sin futuro, por inasumible en su presupuesto y por estrambótico. No estamos hablando de esbozos ni de borradores, sino de consistentes muestras de un primer acercamiento a las escenas: son los guiones que recupera, tras hacerlo con la película en un volumen anterior, la editorial riojana Pepitas de Calabaza.

Ordenando la serie, se podría conseguir un gran porcentaje del metraje de la película, pero hay también un buen número de escenas que son exclusivas del diseño televisivo, normalmente cargadas con mayor dosis de vitriolo. Aparte de ello cobran más protagonismo algunos personajes –como el negro Ngué Ndomo– y otros se debilitan –como los estudiantes americanos–, con lo cual se difumina un tanto el carácter coral y se potencia, desarrollándose progresivamente en los cinco capítulos, una trama de folletín disparatado, de entramados individuales de desbordada parodia.

Ventaja evidente de reflejar en papel las historias es el buceo en las acotaciones, que en pantalla únicamente se puede reflejar plásticamente, puesto que son excelentes, en algunas ocasiones a un paso del esperpento, en otras cercanas a la comedia burguesa –el contexto de la obra las hace sangrantes– o al tono de Jardiel y Mihura. Llegan a darle un nuevo barniz a los relatos.

Y sobre todo ello, resaltando el texto de los guiones ya de por sí espléndidos, la introducción a cargo de Jordi Costa, que con sutil inteligencia realiza un análisis cuidado y sinuoso de la obra de Cuerda, las claves de sus escenas magistrales, las conexiones con Buñuel y Juan Cavestany, el árbol genealógico de la postcomedia que se inicia en los Monty Phyton. Todo ello deriva en la tensión de identidad entre lo rural y la alta cultura que se ve reafirmada en la mención a los continuadores, por ejemplo “La hora chanante”, o en el epílogo escrito por el propio guionista en el que expone sus filias: el Arcipreste y Quevedo, Galdós, Cunqueiro o Aldecoa y con ello inscribe a su obra en la literatura española sección línea dura. Una luz antigua que ilumina estos guiones no como un ente aislado, sino como los garantes de una tradición.

Anterior crítica de libros: “Gus y yo. La historia de mi abuelo y mi primera guitarra”, de Keith Richards.

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