«Resulta ácida desde la crudeza de algo tan terrible y destructor como la soledad del hombre de finales del siglo XX, capaz de ir acabando por pura estulticia con todo lo que ama»
Joseph Heller
«Algo ha pasado»
EL ALEPH
Texto: CÉSAR PRIETO.
En el primer capítulo, Bob Slocum es un ejecutivo bien situado en una compañía norteamericana a mediados de los setenta. Su vida se maneja en dos frentes, su familia y la oficina. Con la primera comparte casa en un bonito barrio residencial y asiste a la adolescencia de su hija mayor, a la lucha por no perder el afecto del pequeño, de nueve años, y a la parálisis cerebral del tercero. En el trabajo, revela tensiones con los jefes y subordinados, flirteos que no llegan a nada y un bullente magma de actitudes entre sus compañeros que gira desde el alcoholismo a la presencia constante de prostitutas. Todo tendería a ser plácido si no se deslizara, como una costra transparente pero firme, el miedo, un miedo cerval, un miedo a todo. Con estos mimbres se inicia la extensa narración con que Joseph Heller sorprendió catorce años después de su primera y más celebrada novela, “Trampa 22”, una sátira militarista en plenos albores de la contracultura.
“Algo ha pasado” no es ni de lejos tan amena como la anterior, pero sí que resulta mucho más ácida desde la crudeza de algo tan terrible y destructor como cualquier ejército, la soledad del hombre de finales del siglo XX, capaz de ir acabando por pura estulticia con todo lo que ama. Porque a partir de este primer capítulo la novela entra en una espiral de destrucción, de falta de actitud que lleva hasta un terrible y azaroso final desde el que comprendemos el enigmático título, un final aterrador que es tratado de forma aséptica, como por encima.
Todo en la vida de Bob Slocum es obsesionante y evasivo, no ha aprendido a escapar de sus temores ni a enfrentarse a ellos y así la narración –escasa– es casi un fluir de la conciencia en el que recuerda sin parar las mismas experiencias, como una maratón cuyo circuito fuese dar vueltas a un pequeño parque, un claustrofóbico ascensor de pocos pisos. Es por ello que puede resultar farragosa, a no ser para aquellos lectores que prefieren la lentitud, el descender milímetro a milímetro en un inframundo personal.
Los secundarios no tienen perfil definido; ni las mujeres, con las que Bob tiene continuas ensoñaciones sexuales, ni sus compañeros, meras tipologías. Ni siquiera el ascenso a un puesto de nivel superior, un leit-motiv que poco a poco domina la novela, logra dar un carácter diferente a las preocupaciones de nuestro ejecutivo, más bien le sirve para aferrarse más a la duda. Viene a ser una novela de “no iniciación”, de alguien que a los cincuenta todavía no ha resuelto las cuestiones que lo puedan definir y aún es, por tanto, un ente indefinido. Por ello, sin negar todo lo de crítica social que pueda tener el texto, resulta más fascinante que su ataque a un “statu quo”, a un mundo dominado por un egoísmo hipócrita y débil, la figura de Bob Slocum, alguien que vive en la sociedad más desarrollada del mundo, pero que se ve empujado a destruir lo que más quiere, aunque aparentemente sea el azar quien lleva el juego.
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Anterior crítica de libros: “Donde el silencio”, de Luisgé Martín.